El otorgamiento del Premio Nobel de Economía ofrece cada año una oportunidad para reflexionar sobre las líneas de investigación de los galardonados y poner en valor las aportaciones de su trayectoria académica. Este año, hay que celebrar que el receptor de tan distinguido reconocimiento haya sido uno de los principales exponentes de la Economía del Comportamiento, Richard Thaler, que lleva cuarenta años afanándose en incorporar la perspectiva psicológica al análisis de las decisiones económicas individuales. Las enseñanzas acumuladas a partir de numerosos experimentos sociales controlados son sumamente útiles y esclarecedoras de fenómenos que, de otro modo, podrían considerarse anomalías con arreglo a los estándares más ortodoxos.
Entre otros muchos aspectos, Richard Thaler ha tratado de indagar acerca del valor que las personas atribuyen a su propia vida. Es el tema objeto de uno de sus más conocidos experimentos, reseñado en el documento de la Academia Sueca sobre las contribuciones del economista norteamericano. A través de dicho experimento se pretendía estimar el valor de las reducciones del riesgo de mortalidad. Las preguntas recogidas en dicho documento, con una formulación algo distinta de la plasmada en el libro de Thaler “The making of behavioral economics misbehaving” (2015), del que existe una versión española con el título “Todo lo que he aprendido con la Psicología Económica” (2016), son las siguientes:
“(a) Suponga que Vd. ha estado expuesto a una enfermedad, que, en caso de haberla contraído, lleva a una muerte rápida e indolora en una semana. La probabilidad de que Vd. tenga la enfermedad es de un 1 por mil. ¿Cuál es la cantidad máxima que estaría dispuesto a pagar por el antídoto?
(b) Suponga que se necesitan voluntarios para investigar sobre la mencionada enfermedad. Todo lo que se requeriría es que Vd. se expusiera a una probabilidad de un 1 por mil de contraer la enfermedad. ¿Cuál es la cantidad mínima que Vd. requeriría para participar como voluntario en el programa? (No se permitiría comprar el antídoto)”.
Thaler llama la atención en el sentido de que las personas responden con una amplia divergencia, de manera que parecen mucho menos dispuestas a pagar por “adquirir salud” (2.000 dólares) en comparación con lo que exigirían como compensación por “vender salud” (500.000 dólares).
Thaler resalta que la primera respuesta implica que un aumento de la probabilidad de un 1 por mil empeora la situación de la persona en como mucho 2.000 dólares, pero la segunda respuesta refleja que no se aceptaría el mismo incremento de riesgo por menos de 500.000 dólares. He aquí un rango muy amplio, mucho mayor que el recogido, como respuestas típicas, en el documento de la Academia Sueca (200 y 10.000 dólares, respectivamente).
El Premio Nobel de Economía, después de señalar la incongruencia de ese resultado, admite que “esa verdad no resulta evidente para todo el mundo”, pero concluye que “no obstante, la lógica es irrefutable”.
En efecto, la lógica puede ser irrefutable, pero se presta a algunas consideraciones. Así, en la primera de las situaciones planteadas, estamos ante un evento que ya se ha materializado. Ya se ha incurrido en el riesgo de haber contraído la enfermedad. Lo que se ofrece es la posibilidad de eliminar el posible impacto de la enfermedad mediante la compra del medicamento: cuánto pagar por evitar ese mal, que puede haberse contraído con una probabilidad de un 1 por mil.
En el segundo caso, se parte de la certeza de no tener la enfermedad y se trata de recibir una cantidad económica si se incurre en el riesgo, con la misma probabilidad, de contraerla.
¿Estamos realmente ante la misma elección? ¿Existe una simetría completa? ¿Es la vida, o la salud, un bien cualquiera cuyas transacciones de compra y de venta son totalmente equiparables? ¿Hay verdaderamente un incremento de riesgo en la primera situación, si no se compra el medicamento o, más bien, una disminución, si se compra? En definitiva, ¿cabe atribuir alguna prima al hecho de partir de una situación de certeza?
Por otro lado, en la segunda pregunta se habla de participar en una investigación, por lo que se ofrece cambiar una situación de certeza (respecto a la enfermedad considerada) por otra de riesgo (no se da garantía del antídoto).
A pesar de todo, es ciertamente llamativo el contraste en las respuestas. Así, si consideramos una persona de 40 años con una esperanza de vida de 80, la compra del antídoto le permitiría restituir su esperanza de vida eludiendo el riesgo de muerte inminente. Aunque individualmente cada una pueda percibir como baja la probabilidad de fallecimiento, si ninguna de mil personas afectadas adquiriera el medicamento, una de ellas fallecería. El hecho de que todas puedan creer que en un “sorteo” ya celebrado tienen menos probabilidades de haber resultado “agraciadas” puede salir muy caro a una de ellas. En cualquier caso, entre personas con aversión al riesgo, no es lo mismo haber participado inconscientemente en una prueba de riesgo que someterse consciente y voluntariamente a la misma.