La claridad y la precisión del lenguaje con fines de comunicación, ya sea económica o de otro tipo, son unos atributos absolutamente plausibles. Aunque, en muchas ocasiones, las palabras, aun cuando se haga un uso correcto de ellas, no prestan una gran ayuda. Así, ¿queda claro que el autor de estas líneas pretendía subrayar que, en su opinión, los mencionados objetivos son dignos de aplauso y no meramente algo admisible? Para mayor complicación, la tendencia a utilizar la acepción inglesa de esa misma palabra no viene sino a añadir confusión.
Sobre la base de lo expuesto, las cruzadas en pro de la claridad expositiva impulsadas desde los centros emisores de influyentes informes económicos no puede sino respaldarse de manera rotunda e inequívoca.
A este respecto, es encomiable el empeño de Paul Romer, economista jefe del Banco Mundial, quien ha declarado que la claridad de la escritura es un compromiso con la integridad y representa el fundamento para la verdad en la ciencia.
Hasta ahí todo bien; nada que objetar, sino todo lo contrario. Pero, ¿hay algún método fácil para discernir si un texto pasa el filtro de la claridad? Para ese prestigioso economista norteamericano, que figura incluido en las quinielas para el Premio Nobel, sí: basta simplemente con establecer una cuota para el uso de la conjunción “y”. De hecho, en mayo de este año remitió un correo electrónico a su personal señalando que vetaría la publicación de uno de los informes elaborados por su departamento si la frecuencia de la “y” superaba el 2,6% del total de palabras. El profesor Romer no eligió este porcentaje por capricho, sino porque, según él, refleja la frecuencia actual del lenguaje escrito académico.
He de confesar que quedé impactado al leer semejante noticia, publicada más tarde del primero de abril (Shawn Donnan, Financial Times, 25 de mayo de 2017). Sinceramente, considero que es preferible recurrir a otros criterios más fiables, que quizás solo puedan aplicarse una vez que se ha leído el producto final. Me resisto a creer que no superar esa cota implique un aval válido de la posible claridad expositiva, como tampoco que su superación implique que aquella no exista.
En un artículo también publicado en el Financial Times (4 de junio de 2017), Lucy Kellaway recordaba que lo extenso casi siempre significa malo, pero lo breve no implica que sea bueno. “La cuota de la ‘y’ de Paul Romer es una falsa economía” se recoge como título de su artículo.
Sobre la base de lo expuesto, las cruzadas en pro de la claridad expositiva impulsadas desde los centros emisores de influyentes informes económicos no puede sino respaldarse de manera rotunda e inequívoca.
A este respecto, es encomiable el empeño de Paul Romer, economista jefe del Banco Mundial, quien ha declarado que la claridad de la escritura es un compromiso con la integridad y representa el fundamento para la verdad en la ciencia.
Hasta ahí todo bien; nada que objetar, sino todo lo contrario. Pero, ¿hay algún método fácil para discernir si un texto pasa el filtro de la claridad? Para ese prestigioso economista norteamericano, que figura incluido en las quinielas para el Premio Nobel, sí: basta simplemente con establecer una cuota para el uso de la conjunción “y”. De hecho, en mayo de este año remitió un correo electrónico a su personal señalando que vetaría la publicación de uno de los informes elaborados por su departamento si la frecuencia de la “y” superaba el 2,6% del total de palabras. El profesor Romer no eligió este porcentaje por capricho, sino porque, según él, refleja la frecuencia actual del lenguaje escrito académico.
He de confesar que quedé impactado al leer semejante noticia, publicada más tarde del primero de abril (Shawn Donnan, Financial Times, 25 de mayo de 2017). Sinceramente, considero que es preferible recurrir a otros criterios más fiables, que quizás solo puedan aplicarse una vez que se ha leído el producto final. Me resisto a creer que no superar esa cota implique un aval válido de la posible claridad expositiva, como tampoco que su superación implique que aquella no exista.
En un artículo también publicado en el Financial Times (4 de junio de 2017), Lucy Kellaway recordaba que lo extenso casi siempre significa malo, pero lo breve no implica que sea bueno. “La cuota de la ‘y’ de Paul Romer es una falsa economía” se recoge como título de su artículo.