Cada año, el Banco Central Europeo (BCE) retira de circulación un elevado número de billetes falsos. En el primer semestre de 2017 la cifra ha ascendido a 331.000, de los cuales alrededor de un 85% fueron billetes de 20 y 50 euros.
El BCE considera que la probabilidad de recibir un billete falso es muy pequeña, ya que su número es muy bajo en comparación con el número de billetes genuinos en circulación (en septiembre de 2017, 20.741 millones). Ante semejante cifra, el porcentaje que representan los billetes falsos retirados es, desde luego, una nimiedad, aunque no se sepa cuántos otros también ilegítimos puedan seguir en el circuito. Globalmente, se trata de una suma pequeña, pero, si suponemos un importe medio de 40 euros por billete falso, el valor de los retirados en el primer semestre de 2017 se eleva a algo más de 13 millones de euros.
Aun así, teniendo en cuenta los sofisticados elementos de seguridad incorporados en los billetes de euro podría resultar sorprendente que alguien se atreviera con las falsificaciones. Como indica el propio BCE, todos los billetes de euro pueden verificarse mediante el método “feel, look and tilt” (“toque, mire y gire”). Practicarlo es una experiencia llena de sorpresas que nos lleva a un terreno de fascinación rayana con la magia. Personalmente, nunca lo había hecho hasta ahora. Podría ser interesante pensar cómo cambiarían algunos hábitos si repitiésemos la ceremonia cada vez que pase por nuestros manos algún billete.
De forma general, los bancos centrales suelen invertir importantes sumas para reforzar la seguridad de los billetes que emiten. Sin embargo, David Eagleman, neurocientífico de la Universidad de Stanford (Financial Times, 2 de marzo de 2017), considera que la incorporación de elementos específicos de seguridad representa un esfuerzo baldío, ya que, en la práctica, nadie les presta atención. A partir de la consideración de los resultados de una serie de experimentos sociales, concluye que la experiencia en el manejo de objetos como los billetes o monedas no implica necesariamente que se adquiera una pericia suficiente. La razón es que solo somos capaces de ver aquello que examinamos minuciosamente. Nuestro sentido visual no es como una cámara que registra todos los detalles de una escena. Así, no debemos esperar que el sistema visual humano detecte rasgos de seguridad semicamuflados en los billetes. Su recomendación consiste en apostar por la simplicidad en el diseño (el ideal sería ¡un trozo de papel en blanco con un solo holograma en el centro!), lo que entra en conflicto con la imagen imponente que quieren proyectar las instituciones competentes.
Como consultor del BCE, algunas de sus propuestas, pese a ser admitidas en el plano teórico, no han podido ser aceptadas para su implementación. Sí, no obstante, la elección de un rostro, el de la princesa Europa, como marca de agua del euro, en lugar de un edificio. Razones de especialización neuronal avalan, según el reputado neurocientífico, que hace honor a su apellido, el cambio indicado.