La innovación financiera desaforada es uno de los factores que más activamente contribuyó a cebar la bomba de la gran crisis financiera internacional de 2007-2008. Se han escrito ríos de tinta sobre la toxicidad de algunos sofisticados instrumentos financieros, capaces no solo de enmascarar los riesgos financieros primarios, sino también de propagar el contagio de enfermedades letales urbi et orbi. Saludados en su día como exponentes del dinamismo económico, algunos de esos instrumentos (derivados, credit default swaps, bonos de titulización, participaciones preferentes…) han sido denostados y, en algunos casos, proscritos.
Con carácter general, la imagen del sistema financiero ha quedado muy deteriorada, sin llegar a diferenciar entre el papel de la intermediación bancaria tradicional, de conexión entre el sector real y el sector financiero, y el de la realización de operaciones puramente financieras, aisladas de la economía real.
Sin embargo, una vez que las aguas están algo más calmadas, la realidad viene a demostrar que los instrumentos financieros no son intrínsecamente malignos. La mayoría de ellos pueden ser útiles, siempre que se usen adecuadamente y se sometan a estrictos controles en función de los riesgos que impliquen.
Prueba de lo anterior es que algunos organismos internacionales han venido utilizando instrumentos financieros a fin de captar fondos para programas de asistencia ante catástrofes naturales, para promover el desarrollo sostenible y para financiar proyectos vinculados a la protección del medio ambiente.
Dentro de esta línea de las finanzas éticas, recientemente el Banco Mundial (Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo) ha inaugurado un nuevo capítulo mediante la emisión de los denominados bonos pandémicos, realmente antipandémicos. Su objeto es captar recursos a fin de proveer apoyo financiero a la Pandemic Emergency Financing Facility, una facilidad creada por el Banco Mundial para canalizar financiación a los países en desarrollo que afronten el riesgo de una pandemia.
El diseño de la operación es bastante sofisticado y consta de dos componentes: la propia emisión de los bonos y la utilización de derivados que permiten transferir el riesgo al mercado. La emisión de bonos, por importe de 320 millones de dólares, ha quedado sobresuscrita al 200%. Los bonos son de dos clases, según las enfermedades contagiosas cubiertas en cada caso. En ambos, los títulos se han emitido por un plazo de 3 años, con tipos de interés con diferenciales muy importantes (6,5% y 11,1%) sobre el Líbor a 6 meses.No obstante, los inversores se exponen a perder el rendimiento o el capital si se desata una enfermedad infecciosa catastrófica.
En suma, los bonos pandémicos ofrecen una rentabilidad muy elevada, pero conllevan un riesgo, desafortunadamente también elevado en los países más pobres. De no desencadenarse una pandemia, los inversores -entre los que se encuentran algunos fondos de pensiones- obtendrán una rentabilidad muy sustancial, especialmente en una época como la actual, marcada por tipos de interés ultrarreducidos o incluso negativos. De materializarse las pérdidas, se tiene la garantía de que el destino del capital es una causa humanitaria.