La tecnología ha cambiado
radicalmente la naturaleza del deporte para el espectador. Ha pasado de ser un
servicio estrictamente territorial, locativo, a un servicio de carácter
cuasiuniversal. En ambos casos, a pesar del rasgo de colectividad o de consumo
conjunto, con la posibilidad de exclusión de aquellos espectadores no
dispuestos a satisfacer un precio por el derecho de asistencia o de
visualización. Mediante barreras físicas y filtros tecnológicos,
respectivamente. Gracias a esa capacidad de expansión mundial, la demanda de deporte
como espectáculo se ha disparado y, con ello, el negocio generado por la
propiedad y la distribución de los derechos de emisión. Se estima que tales
derechos podrían haber ascendido a unos $40.000 dólares a precios actuales en
relación con los juegos olímpicos de 1948, mientras que se elevan a $3.300
millones los correspondientes a los de París 2024[1].
Las cifras alcanzadas globalmente
por los derechos de emisión de eventos deportivos en el mundo son sustanciales.
Según la consultora de marketing deportivo Two Circles, los ingresos
llegaron a los $159.000 millones en 2023. Queda patente la hegemonía del
fútbol, que acapara algo más de un tercio del total, seguido por el fútbol
americano (12%), y el baloncesto (8%).