Si alguien lee el título “How the ‘single tax’ can break financial
resilience” (Claer Barrett, Financial Times, 13-7-2024), es bastante probable
que se sienta intrigado acerca del efecto que el “impuesto único” pueda causar
sobre la “resiliencia financiera”, aunque no se sepa muy bien de quién.
La intriga, sin embargo, desaparece pronto, para dar paso a la
decepción, cuando se comprueba que, realmente, el “single tax” no es el “single
tax” de George, es decir, el impuesto único sobre la tierra, sino un impuesto
espurio, el denominado, impropia e indebidamente, “impuesto a la soltería”.
El término “impuesto” se utiliza en la práctica con demasiada laxitud.
Por “single tax” entiende la autora del citado artículo los mayores costes
económicos individuales en los que incurre una persona que vive sola, en
comparación con los correspondientes a una pareja. Podríamos considerar que se
trata de “deseconomías de escala”, que derivan de la imposibilidad de compartir,
y, por tanto, de reducir en términos per cápita, el coste de algunos gastos
domésticos fijos.
Al margen de este aspecto, hay otra serie de supuestos en los que las
parejas en encuentran en mejor posición financiera que las personas solitarias,
que padecen una discriminación en tarifas de servicios o en normas fiscales.
Según diversos informes, en Reino Unido una elevada proporción de las personas
que viven solas tienen niveles muy bajos de resiliencia financiera.