La accountability, término habitualmente interpretado como rendición
de cuentas, se ha convertido en un mantra de efectos expansivos. Es raro el
marco institucional, ya sea público o privado, donde no se apele a ese principio.
Cuestión distinta es la forma efectiva de presentar el resultado de las
actuaciones. No es lo mismo una rendición de cuentas que una rendición ante cuentos.
Para que sea efectivo, el proceso tiene que estar protagonizado por individuos,
de forma que sea factible evaluar el papel y el desempeño de cada responsable
de la toma de decisiones.
Debería haber una máquina engrasada de rendición de cuentas,
pero, según Dan Davies, es la máquina de la no rendición de cuentas la
que está adquiriendo un protagonismo cada vez mayor. En su libro “The unaccountability
machine. Why big systems make terrible decisions“ (2024) arguye que asistimos a
un declive de la rendición de cuentas para las decisiones impopulares, que no
es -o no sólo es- una forma de declive moral por parte de los dirigentes: “Es
también una consecuencia del hecho que hay menos tomadores de decisiones de que
los que eran habituales. Casi todas las órdenes y restricciones que afectan al
individuo moderno, cuyas decisiones solían ser adoptadas por dirigentes y jefes
identificables, ahora son el resultado de sistemas y procesos”.
Esto es, “el mundo desarrollado ha dispuesto su sociedad y su
economía de modo que importantes instituciones son gobernadas por procesos y
sistemas, operando según conjuntos estandarizados de información, en vez de por
seres humanos individuales que reaccionan a circunstancias individuales”.
Y, si esto es así ya, ¿qué ocurrirá cuando la Inteligencia
Artificial penetre en todos los rincones de las organizaciones?