A principios de los
años noventa, D. Card y A.
B. Krueger, galardonado el primero con el Premio Nobel de Economía en
2021, utilizaron un experimento natural para estudiar cómo el aumento del salario mínimo afectaba
al empleo. En el estudio obtuvieron la conclusión de que la subida del salario mínimo no tuvo un
efecto significativo en el empleo.
Ahora, la experiencia turca ofrece una oportunidad significativa para
ampliar un análisis de esa naturaleza. El gobierno turco ha acordado elevar el salario
mínimo mensual a una cifra neta equivalente a 572 dólares, lo que representa un
incremento anual del 100%, de un 49% respecto a mediados del año 2023. En torno
a un tercio de la población percibe el salario mínimo, que sirve de referencia
para otros incrementos salariales[1].
La medida se adopta en un contexto de elevada inflación, que ha alcanzado una
tasa del 62%, y de depreciación de la lira, en un 35% respecto al dólar en el
presente año.
Circunstancialmente, he coincido hoy con un catedrático de Estadística
computacional, que, aparte de sofisticadas consideraciones sobre la inteligencia
artificial, a la que desacredita abiertamente, reflexionaba sobre otras
cuestiones más básicas, como las consecuencias estadísticas de fijar el salario
mínimo como un porcentaje de la retribución salarial media. A este respecto, una
subida del salario mínimo eleva la retribución media, que, a su vez, induce un
nuevo aumento del salario mínimo, y así sucesivamente. En cualquier caso, como
ponen de relieve los modelos de equilibrio general, la adopción de una medida
en alguna parte del circuito económico pone en marcha una cadena de efectos
positivos y negativos.