Surgen bastantes dudas acerca de
cómo debe actuar una persona perteneciente al colectivo del profesorado que sea
buena en su profesión ante las dudas planteadas por algún integrante del
estudiantado. El respeto a las normas vigentes sobre el uso del lenguaje obliga
a algunos rodeos en la expresión. Más directo es referirse, en este caso, a
cómo debe proceder un buen o una buena docente antes las dudas de sus alumnos o
alumnas. Aun lo es más si, circunstancialmente, y sólo por mera economía del
lenguaje, se toma el atajo de utilizar el género masculino como neutro, omnicomprensivo de cualquier
sujeto, con advertencia expresa de esa intención meramente pragmática.
Tradicionalmente, ha podido
existir una tendencia a valorar muy positivamente que el profesor resolviera de
manera inmediata las dudas de los alumnos. La duda entendida como un obstáculo
en el camino del aprendizaje que hay que despejar cuanto antes por alguien
autorizado. Otras posturas, sin embargo, se alinean con la idea de que es
preferible que el estudiante, por sí mismo, se encargue de descubrir la respuesta
correcta, ya que, de esa forma, se generan eslabones en el proceso de
desarrollo cognitivo.
No todos los grandes docentes
participan de esa tesis. Así, por ejemplo, James Mirrlees, Premio Nobel de
Economía en 1996, considerado un profesor extraordinario, si bien indicaba a
sus alumnos los fallos cometidos, dejaba que los propios estudiantes encontraran
las soluciones. Así se recogía en un artículo publicado por The Economist en
septiembre de 2018 con motivo del fallecimiento del economista británico.
No obstante, John Kay, en otro
artículo de finales de agosto de 2018, publicado en el diario Financial Times,
ofrecía una perspectiva que no se antoja demasiado complementaria de la praxis
mencionada. Según narra este prestigioso hacendista, los privilegiados
investigadores que asistían a los seminarios por invitación en el despacho de
Mirrlees difícilmente podrían olvidar la experiencia de ser destinatarios del
siguiente mensaje: “Pienso que lo que Vd. quería decir era…”, lo que podía
interpretarse generalmente como: “Lo que Vd. ha dicho es una absoluta tontería,
y esto es lo que tenía que haber hecho”.