Las películas españolas de los
años sesenta son una fuente de valor inestimable desde el punto de vista sociológico.
Son muchas las enseñanzas que pueden extraerse de ellas, aparte de ser un
testimonio inapreciable de una época en la que España, a duras penas, trataba de
incorporarse al tren de la modernidad. “El turismo es un gran invento” es una de
esas obras cinematográficas, dirigida, en 1968, por Pedro Lazaga, y con la interpretación estelar del
inefable Paco Martínez Soria. Asume éste el papel del alcalde de un pueblo
aragonés, que se empeña en transformar, a toda costa, en un centro turístico de
primer orden.
Cualquier cata de la cinta
permite extraer jugosas perlas. En una de ellas, el singular mandatorio acude a
una oficina bancaria en reclamo de fondos para financiar su faraónico y
disparatado plan. El empleado que le atiende se muestra remiso, pues, según dice,
no puede hacer uso del “dinero de los contribuyentes”, aún menos si es para un
empréstito.
Ante este cierre del grifo del
crédito bancario, se le ocurre una idea que pudiera ser inspiradora de las
modernas tesis de los organismos económicos internacionales acerca del
cumplimiento voluntario de las obligaciones tributarias. La idea consiste en
llevar a cabo una suscripción popular, “voluntaria y obligatoria”.
Pudo ser España un país bastante
atrasado durante el largo período de la posguerra, pero, según testimonian
nuestras joyas cinematográficas de entonces, como las ya comentadas en diversas
entadas recogidas en este espacio, acreditan un notable vigor de innovación en
las vertientes económica, fiscal y financiera.