Se trata, sin duda, de un
personaje peculiar que no parece tener demasiados pelos en la lengua, ni, al menos desde
fuera de las alfombras palaciegas, atenerse a las más estrictas pautas de cortesía y respeto
institucionales. La invectiva lanzada contra su compatriota el Sumo Pontífice
como “promotor del comunismo” ahorra mayores comentarios.
Aún no ha llegado al poder, ni
hay, lógicamente, certeza de que lo consiga, pero se han desatado las alarmas
en distintos sectores. Así, algunos hispanos filoargentinos expresan ya su
temor de que el sufrido país suramericano retorne a tenebrosas etapas
históricas de recuerdos imborrables. No encabeza ninguna junta militar, pero
las cautelas se extienden. The Economist se hace eco de una gran preocupación
existente, entre la que no falta la de colectivos dotados de una acreditada
perspicacia selectiva para identificar comportamientos autoritarios. Lejos de
pretender un consenso con su candidatura, se barrunta que Javier Milei, si
llega al gobierno y se ve frustrado en su ejecutoria, “podría concebiblemente
volverse autoritario”.
En varias piezas, The
Economist, en el primer número del mes de septiembre de este año, desgrana el perfil
del candidato a la presidencia de Argentina. Autodefinido como libertario y
anarcocapitalista, el seminario británico lo considera un personaje excéntrico “incluso
según los estándares de la política argentina”. Según se indica, él mismo no
desmiente la contratación de un médium para contactar con Conan, su mastín
muerto. Aunque, quién sabe -me comentaba alguien con quien compartía ese
curioso rasgo-, señalados dirigentes de algunas democracias plenas caribeñas,
altamente progresistas de conformidad con los patrones dominantes, han
tenido inspiradoras revelaciones procedentes del reino animal. La verdad es que
no sé a qué podía referirse con este inciso inacabado.
La agenda económica de Milei
responde a planteamientos “neoliberales”, de muy difícil realización, por
cierto, tanto por las medidas previstas, como, entre otros factores, por el
calendario establecido, el contexto de la economía real, la idiosincrasia
criolla, y las fuerzas imperantes de los mercados. La dolarización de la
economía no es, desde luego, una aspiración fácil, ni exonerada de efectos traumáticos.
Tampoco la voluntad de reducir el nivel del gasto público desde el 38% al 23%
del PIB, ni la de lograr, ya en el primer año, un déficit público primario
(excluyendo la carga de intereses de la deuda pública) nulo.
Su mera candidatura con
expectativas de victoria electoral ha evocado fantasmas militares, y, circunstancialmente, Milei
sostiene que la violencia no fue un monopolio de los militares durante la
dictadura de 1976 a 1983.
En una larga entrevista a The
Economist, afirma que la crisis financiera de 2008 hizo que pasara de ser un
partidario del “neoclasicismo” a un “anarcocapitalista”, que llega a describir
el Estado como una “organización criminal”, puesto que los impuestos se pagan
de forma coactiva. Cree también que el Estado del bienestar debe desmantelarse,
ya que, en su opinión, transfiere los costes de las decisiones a otras
personas, en vez de hacer que los individuos sean responsables de sus acciones.
No obstante, siendo consciente
de las restricciones de la vida real, se declara en la práctica “minarquista”,
algo así como partidario de una versión ligera del anarcocapitalismo. Según dicha corriente,
las funciones estatales deberían limitarse al ejército, la policía, y los
tribunales de justicia a fin de proteger los derechos de propiedad. Es decir,
un planteamiento smithiano rebajado.
Entre otras medidas de su
controvertido y complicado programa, se decanta por la reducción sustancial del
número de ministerios, y la introducción del sistema de “vales” para la
elección de los centros educativos. Su política exterior descansaría en un eje
bastante simple y directo: “todos los que quieran luchar contra el socialismo
[serían sus] aliados”.