“… Al ver Simón que por la
imposición de manos de los apóstoles se confería el Espíritu, les ofreció
dinero… Pero Pedro le dijo: ‘¡Vaya tu dinero contigo a la perdición, pues has
pensado que el don de Dios se compra con dinero!”.
La fuerza del dinero ha
penetrado en todos los intersticios de la sociedad. Tanto que cada vez es más
difícil encontrar algún hueco que no esté dominado por un interés crematístico.
Y, cuando este está ausente en su manifestación material y tangible, aparecen
otros sucedáneos, a veces no menos poderosos.
Los aspectos no pecuniarios
pueden ser importantes sustitutos o complementos del dinero. Como se señalaba
aquí recientemente, todo depende del marco de preferencias individuales y de dónde
se ubique cada persona en el espacio delimitado por las variables “interés personal-interés
social” y “gratuidad-retribución”.
El libro “Hechos de los Apóstoles”
nos insinúa otro espacio, delimitado a partir de otros criterios: “tangibilidad-intangibilidad
de los bienes” y “accesibilidad-no accesibilidad mediante precios objetivos”.
Pedro deja bien claro que, respecto a ciertos dones supremos, el espacio
efectivo de referencia queda restringido a un solo punto, tal como el D. Este
punto representa una situación con un mercado inexistente, en la que el
demandante queda completamente a merced de una voluntad superior… “¡Qué
insondable sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!”.