La democracia representativa,
basada en un sistema de partidos políticos, es considerada usualmente, al menos
en los Estados de derecho, como la alternativa, si no ideal, sí la más adecuada,
o la menos cuestionable, como forma de trasladar la voluntad popular a la
esfera pública.
No obstante, para sorpresa de
muchos, en su discurso de despedida (1796), George Washington advertía contra
lo que denominaba “el espíritu de la facción”, noción que asociaba a los
partidos: “El dominio alternativo de una facción sobre otra, acentuado por el espíritu
de venganza… es en sí mismo un espantoso despotismo”. Mostraba su temor de que
no se gobernara por el bien del pueblo, sino sólo para obtener y mantener su
control del poder[1].
La constatación de algunas imperfecciones
en la democracia representativa ha llevado a los analistas teóricos a propugnar
mecanismos para atenuar o a corregir algunas de las deficiencias observadas. El
recurso a la fórmula de la democracia directa -léase referéndum- es una de
ellas. Algunas experiencias llevan a considerar que el complemento de tales
consultas directas a las elecciones no siempre resuelve el problema. Así lo
sentencia Martin Wolf en relación con el fallido Brexit. La utilización de “asambleas
de ciudadanos”, por el contrario, podría ser, según este influyente analista,
un remedio eficaz. Según éste, “las elecciones son necesarias. Pero un
mayoritarismo desenfrenado es un desastre. Una democracia liberal exitosa
requiere instituciones restringentes: una supervisión independiente de las
elecciones, un sistema judicial independiente y una burocracia independiente”[2].
Las asambleas de ciudadanos
-elegidos por sorteo- pueden, según sus partidarios, ser más representativas
que los políticos profesionales y atenuar el impacto de las campañas políticas,
hoy día más distorsionadas por los avances de la publicidad y los algoritmos de
las redes sociales.
Para Wolf, que sigue a
Nicholas Gruen, “la introducción de ciudadanos directamente en el proceso político
[con dictámenes no vinculantes], en la forma que es familiar respecto a los jurados,
podría introducir el sentido común del público en la política, de una forma que
sería complementaria a las elecciones de los líderes políticos”.