Los brazos del capitalismo son
muy alargados, pero no tanto como para retrotraerse a la era cretácea. Pero eso
no impide, naturalmente, que ese para muchos voraz monstruo extienda también
sus fauces para atrapar lo que queda de las criaturas que habitaron el planeta
en aquella remota época. Las grandes fortunas se han lanzado a la adquisición
de los esqueletos de dinosaurios. En 2020, los restos de un Tyrannosaurus
Rex fueron vendidos en una subasta pública por la cifra de 31,8 millones de
dólares, según recoge The Economist (“Cretaceous capitalism”, 20-5-2023). De
acuerdo con la misma fuente, se han encendido las alarmas entre los
paleontólogos, que temen que los museos y otras instituciones científicas
queden expulsadas de un mercado a la medida de individuos que se reservarán en
exclusiva los preciados hallazgos fósiles.
No obstante, el mencionado
semanario, haciendo gala de su no siempre perceptible espíritu anclado en el liberalismo
(europeo), considera que el antagonismo de los científicos hacia el comercio de
fósiles está mal orientado. A su entender, un mercado de fósiles pujante puede
llevar a que haya más descubrimientos que pueden beneficiar a la ciencia y al público.
Ahora bien, no puede perderse de vista que, mientras que en Estados Unidos los
fósiles que se descubran pertenecen al propietario del terreno y pueden ser
comercializados legalmente, en muchos otros países los fósiles rescatados pasan
a ser propiedad del Estado.