No, no se trata de un error o descuido. La noción de actividad financiera ha tenido distintas acepciones.
Actividad financiera o hacienda
pública. Con esta equiparación arrancaba el genuino manual de “Hacienda Pública
(Introducción, Presupuesto e Ingresos Públicos)”, editado en la Imprenta Rufino
García Blanco de Madrid, en el año 1973, en el que se recogían los Apuntes de Cátedra
del Profesor Enrique Fuentes Quintana. Como el propio catedrático señala en la
nota introductoria, el profesor Victorio Valle tuvo un destacado protagonismo
en su revisión y actualización. Muchas promociones de economistas de toda
España se han formado con las valiosas y rigurosas lecciones contenidas en ese
icónico texto. Al repasarlo, cincuenta años después de su publicación, uno no
puede dejar de asombrarse de muchos de sus detalles y de la minuciosidad de su
impecable prosa.
Según se expone en el capítulo
primero, “… ha constituido una práctica de antiguo uso, la de diferenciar, dentro
del campo de la economía del estado, una parcela concreta: la de la actividad
financiera o hacienda pública… referida siempre al proceso de ingresos y gastos
públicos realizados por el estado y la adecuación correspondiente entre ellos”.
No obstante, se matiza luego,
siguiendo la exposición de Pigou, “que aunque el dinero sea siempre el medio a través del que la actividad financiera
se produce, no es, sin embargo, la materia de la que realmente trata. El dinero
es simplemente la apariencia que reviste el proceso de ingresos y gastos públicos…”.
Hace ya más de treinta años, cuando
me disponía a adentrarme profesionalmente en los dominios del sistema financiero,
un ilustre hacendista me comentaba, distendidamente, que, por fin, podíamos
llegar a entender la célebre matización de Fuentes Quintana acerca del significado
de la actividad financiera del estado. En realidad, muchos hacendistas acabábamos
incorporándonos, de una u otra forma, al sistema financiero. La actividad
financiera cobraba así su auténtico significado. Quedaba así resuelta la abstrusa
paradoja.
Fueron pasando los años, y el
ilustre hacendista, en este caso por su acreditado talento y su elevada
solvencia profesional, acabó siendo reclutado por dicho sistema, llegando a
escalar hasta las más altas cimas supervisoras y monetarias.
Sin embargo, el espíritu del
hacendista vocacional nunca muere.