En
una época en la que resulta tan difícil identificar la verdad, camuflada entre múltiples
máscaras y disfraces, cuando no profanada por imposturas infranqueables, se
antoja altamente optimista, más bien quimérica, la contundente regla proclamada
en su día por Ayn Rand: “Una verdad es la identificación de un hecho de la
realidad. Da igual que el hecho en cuestión sea metafísico o realizado por el
hombre, el hecho determina la verdad: si el hecho existe, no hay ninguna alternativa
en cuanto a lo que es verdad”[1].
Y, además, surgen algunos interrogantes: ¿quién determina que existe un hecho?, ¿quién y cómo lo registra?, ¿quién señala cuál es la verdad correspondiente, supuestamente asociada mediante una relación biunívoca?...