La crisis vivida recientemente por el liberalismo ha dado pie a la aparición de numerosos análisis sobre sus causas y las posibles vías de solución. Uno de ellos es el de Francis Fukuyama (“Liberalism and its discontents”, 2022), para quien el liberalismo se enfrenta a una severa amenaza en todo el mundo. Dadas las diferentes interpretaciones del significado de liberalismo, es ineludible concretarlo inicialmente. Para Fukuyama, se trata de una doctrina que defiende la limitación de los poderes gubernamentales a través de constituciones y leyes, y la creación de instituciones que defiendan los derechos de los individuos.
Asistimos, según él, a una
“recesión o incluso depresión democrática”, y “el liberalismo se ha visto
desafiado en los últimos años no sólo por los populistas de derechas, sino
también por una renovada izquierda progresista”. El descontento proviene de la
forma en la que el liberalismo ha evolucionado en las dos últimas generaciones,
decantándose hacia el “neoliberalismo”, que ha aumentado la desigualdad
económica y desatado crisis financieras devastadoras. Aunque desde los dos
lados del espectro político se pretende cambiar el sistema, Fukuyama considera
que la respuesta al descontento no es abandonar el liberalismo, sino moderarlo.
Incide en tres justificaciones
esenciales para las sociedades liberales que se han manifestado a lo largo de
la historia: i) pragmática: el liberalismo es una buena alternativa para
regular la violencia y permitir que distintas poblaciones puedan vivir
pacíficamente; ii) moral: protege la dignidad humana básica; y iii) económica:
favorece el crecimiento económico. El liberalismo ha tenido que pugnar
históricamente con dos tendencias respecto a las que ha mostrado una clara
superioridad, el nacionalismo y el comunismo, pero también se ha visto
condicionado por deficiencias propias. Principalmente, porque sus principios
nucleares se han visto desplazados hacia los extremos, la aparición de enormes
desigualdades, por un lado; la política de identidad, por otro.
Una proposición válida, como
es la mayor eficiencia que proporcionan los mercados, ha ido evolucionando
hacia una especie de religión. Asimismo, la idea de la responsabilidad personal
ha sido empujada hacia un extremo por los neoliberales. Sin embargo, el
liberalismo adecuadamente entendido es compatible con una amplia gama de
protecciones sociales provistas por el Estado. Cuestiona también Fukuyama la
entronización del bienestar del consumidor como medida última del bienestar.
Por lo que concierne a la
autonomía individual, ésta ha derivado hacia la moderna política de identidad,
cuya expansión ha tenido lugar en el ámbito filosófico y en el político. En un
contexto de extraordinarios desarrollos tecnológicos, la libertad de expresión
se ve seriamente amenazada.
Son muchas las críticas que
pueden hacerse legítimamente a las sociedades liberales, pero Fukuyama invita a
plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué principio y qué forma de gobierno
superiores deberían reemplazar al liberalismo? Si éste ha de preservarse,
necesitamos entender las causas del desencanto. En su opinión, ambos lados del
arco político tienen problemas en aceptar la diversidad que existe actualmente
en la sociedad.
Tras su diagnóstico, propugna
un conjunto de principios para recomponer las sociedades liberales. Entre estos
se incluye su apelación a la calidad del gobierno, que debe prestar servicios
eficaces con un funcionariado con adecuada formación y vocación de servicio
público. También aboga por no limitarse a la consideración del producto
interior bruto (PIB) como indicador de la actuación económica de un país, así
como por un federalismo que asigne el poder a los niveles de gobierno más
apropiados.
En otras vertientes, hace
hincapié en la necesidad de proteger la libertad de expresión, el respeto de
una zona de privacidad personal, y la primacía de los derechos individuales
frente a los derechos de los grupos culturales. Recuperar el sentido de la
moderación, tanto individual como comunitariamente, es la clave que propone, no
tanto para la recuperación, sino para la propia supervivencia del liberalismo.
(Artículo publicado en el
diario “Sur”)