La historia de la humanidad es, en buena medida, la historia de la
imposición. La Piedra Roseta describe la reinstauración de privilegios fiscales
otorgados a los sacerdotes de templos en el antiguo Egipto, mientras que las
tablas de arcilla sumerias que datan del año 2.500 a. C. incluyen recibos de
pagos impositivos. A través de cinco milenios, la fiscalidad ha ido dejando un
enorme rastro plagado de detalles y matices de los que pueden extraerse
valiosas lecciones. Ideas brillantes han convivido con propuestas absurdas o
disparatadas. A lo largo de la historia, la imposición ha sido tanto el
producto como la progenitora de la violencia.
De todo ello y mucho más se da cuenta en la obra “Rebellion, Rascals, and Revenue. Tax follies
and wisdom through the ages” (“Sublevación, Pícaros, y Recaudación. Disparates
y sabiduría fiscales a lo largo de la historia”), escrita por Michael Keen y
Joel Slemrod (Princeton University Press, 2021). El caudal de conocimiento
contenido en este libro es tan desbordante que es difícil seleccionar episodios
para tratar de ofrecer una síntesis, pero cualquiera que se elija está
impregnado de algún interés, ya sea anecdótico o instructivo. Así, por ejemplo,
la aplicación del impuesto sobre las ventanas, en el siglo XVIII, ilustra los
desafíos clave que se encuentran en el núcleo del problema del diseño del sistema
tributario: la búsqueda de un equilibrio entre una equidad aceptable
socialmente, una moderación de las respuestas de comportamiento, por parte de
los contribuyentes, que resultan perjudiciales para la sociedad, y el deseo de
llevar a cabo una administración fiscal no excesivamente costosa ni intrusiva.
Cuestiones como las mencionadas suelen ser
desechadas, al abordar los temas económicos, por considerar que son muy
teóricas, sofisticadas, o farragosas en su tratamiento. De prevalecer esta
tendencia, se corre el riesgo de trivializar el tratamiento de los problemas y
de asumir mecánicamente algunas falacias, convertidas no pocas en veces en
mantras indiscutibles. Uno de esos mantras es, en opinión de Keen y Slemrod, la
extendida idea de que las sociedades mercantiles deben pagar su “cuota justa de
impuestos”, lo que viene a ignorar que, realmente, los impuestos sólo pueden
ser soportados por personas físicas.
En este sentido, un aspecto especialmente
preocupante es la inclinación a creer que la carga de los impuestos queda
circunscrita al punto del circuito económico donde se exigen, cuando, con
independencia de la persona de la que se recaben, dicha carga puede afectar a
otros individuos, inmediatamente o con algún desfase temporal.
Las cosas, sin embargo, no siempre han
sido así. Ha habido épocas en las que cuestiones que hoy están completamente
ausentes de los debates social y político ocupaban un lugar central en tales
ámbitos. La importancia concedida en la Inglaterra decimonónica a los efectos de
los impuestos y aranceles, con una extensión popular y una altura intelectual
admirables, constituye un ejemplo paradigmático. Ello contrasta con el desdén
con el que hoy se despachan temas como la distribución efectiva de la carga del
impuesto sobre sociedades o de las cotizaciones sociales, o las consecuencias
que la inflación ocasiona en la aplicación de los impuestos.
Keen y Slemrod se declaran firmes
partidarios de incorporar el tratamiento de este tipo de asuntos, de una forma
rigurosa e informada, a la discusión pública. De manera particular, hacen
hincapié en unos costes encubiertos que generan grandes perjuicios sociales o
un despilfarro de recursos. Es lo que los economistas denominan el “exceso de
gravamen”, que, a pesar de no traducirse en pagos monetarios directos, puede
alcanzar una gran relevancia. A título ilustrativo, un impuesto que gravaba los
barcos, en Inglaterra, de forma creciente en función de su eslora y de su anchura,
con independencia de su calado, dio lugar a un diseño de naves con una gran
inestabilidad.
Nadie está dotado de una varita mágica para poner en práctica
fórmulas impositivas eficaces, justas y no distorsionantes. Los problemas
nucleares afrontados por los gobernantes no han cambiado demasiado en el curso
de la historia. La búsqueda del Santo Grial impositivo sigue abierta.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)