Los rendimientos negativos eran,
hace algún tiempo, considerados inconcebibles, luego pasaron a ser una novedad,
y más tarde se convirtieron en una característica establecida de los mercados
globales. Esta breve reseña, realizado por T. Stubbington[1],
sintetiza bastante bien cómo ha ido evolucionando la percepción de los tipos de
interés a lo largo de los últimos diez años. En varias ocasiones, hemos hecho
alusión a las vivencias que hemos tenido en el “país de Alicia”. Y no sólo en
el terreno de los tipos de interés.
Desde fechas más recientes,
algunos analistas se atrevían a vaticinar que el lobo de la inflación iba a
aparecer por el bosque, después de años de ausencia. Casi nadie, sin embargo, veía
sus orejas, pero, de pronto, se ha plantado en escena con los colmillos bien
afilados.
Con bastante parsimonia, los
bancos centrales han empezado a anunciar su intención de poner término a los
masivos programas de compras de activos, y a estudiar posibles subidas graduales
de los tipos de interés.
La reacción en los mercados
de bonos no se ha hecho esperar. Así, el saldo de deuda con rendimientos
negativos ha alcanzado su mínimo del período 2014-2022. Frente a un montante de
$17 billones (huelga decir que hispanos) de dólares, se ha pasado a una suma de
$2,7 billones (gráfico adjunto).
Sin embargo, debido a la prevención
de las autoridades monetarias europeas ante los efectos económicos derivados de
la invasión de Ucrania, no parece que los tipos de interés negativos acaben su
recorrido de manera inminente.
[1] “Inflation
surge slashes $11tn from world’s negative-yielding debt”, Financial Times,
abril 2022.