Hay distintos tipos de carreras. De velocidad, de media distancia, de obstáculos, maratones… Dependiendo de la preparación, la edad y la forma física de cada persona, una misma carrera puede tener distintos significados. También la lectura de un libro, que algunos tratadistas equiparan a una suerte de prueba física. Cada libro puede encajar en alguna de las categorías. Aunque no es fácil una categorización estricta sin conocer el perfil del lector ni su disponibilidad de dedicación a la tarea.
Frente al caso extremo de personas que declaran no haber leído
ningún libro en sus vidas, nos encontramos, en el polo opuesto, a los superlectores,
auténticos devoradores de letra impresa. Un estándar para alcanzar ese nivel es
la lectura de 52 obras a lo largo de un año, una a la semana. A pesar de la
impactante cifra, se queda pequeña ante hiperlectores que declaran leer 250
libros al año, casi 5 por semana. E incluso hay quien afirma que, en una sola
noche, puede despacharse 5 ejemplares[1].
Aunque, sería necesario fijar unos baremos de dimensión. En tal sentido, y sin
entrar en comparaciones de estilo y contenido, no es lo mismo “El Quijote” que
“La dama de las camelias”.
Como hay recomendaciones para casi todo, no faltan las pautas
para convertirse en un lector prodigioso. Entre ellas, las de leer en cualquier
sitio, simultanear la lectura de varios libros o descartar los textos no de
ficción[2].
Pero la lectura como competición no dejar de ser un atentado contra la esencia
de la lectura, la búsqueda del deleite por la palabra escrita.
Es asumible que una persona con nulos registros de lectura no
deba verse como un modelo ideal, pero tampoco el caso opuesto ha de serlo per
se. A este respecto, Tony Barber recuerda que Stalin poseía una vasta
biblioteca integrada por 25.000 obras, de cuyo análisis se ocupa Geoffrey
Roberts en “Stalin’s Library”[3].
Lector activo como era, además de compulsivo anotador de comentarios y
etiquetas en los volúmenes examinados, no puede decirse que fuera un “pensador
escéptico que ponderara todos los lados de una cuestión. Él partía de la
premisa de que el marxismo-leninismo tenía la respuesta”.
“En una era de dictaduras cuyos legados persisten hoy día,
Stalin fue uno de los más amantes de libros. Pero ser bien leído en sí mismo no
es ninguna garantía de enfoque humano a la política y a la vida”, concluye Barber.
[1] Vid. P. Clark,
“How a super reader gets through 52 books a year”, Financial Times, 10-1-2022.
[2] Vid. P. Clark, op. cit.
[3] Vid. T. Barber, “Stalin’s Library by Geoffrey Roberts – stacks of power”, Financial Times, 31-1-2022.