Existen datos que
reflejan que, en algunos países, la recuperación de la crisis de 2007-2008
evidenció un contraste en la evolución de los colectivos poblacionales situados
en los extremos. La renta de los mejor situados creció a un mayor ritmo que la
de los situados en el estrato inferior de la renta. Las tesis pikettianas
parecían cumplirse a rajatabla. Estados Unidos representaba un caso paradigmático
al respecto. Todas las papeletas estaban dispuestas para que la brecha siguiera
acentuándose. Así, además, lo han venido aseverando los más influyentes y
reputados analistas. Para colmo, el impacto de la pandemia del coronavirus no
ha hecho sino empeorar el panorama de los más débiles.
Por todo ello, son
verdaderamente sorprendentes y llamativas las conclusiones obtenidas en un reciente
estudio de la desigualdad en Estados Unidos[1]. Según
se expresa en el título del gráfico adjunto, que sintetiza los factores explicativos, “las familias de menor renta experimentaron
el mayor crecimiento en tanto el mercado de trabajo se tensionaba. Las políticas
aplicadas durante la COVID-19 aceleran la tendencia”.
La revista The
Economist se hace eco del referido estudio y llega a proclamar que “la
desigualdad permanentemente creciente no es una ley inmutable de una economía
moderna”[2].