Hace más
de 170 años, Frédéric Bastiat dictó una regla para distinguir entre un mal y un
buen economista. Aunque poco recordada hoy día, merece la pena reflexionar
sobre ella. Recogida en un folleto publicado en 1850[1], venía a
decir lo siguiente: “La diferencia entre un mal economista y uno bueno se reduce
a que, mientras el primero se fija en el efecto visible, el segundo tiene
en cuenta el efecto que se ve, pero también aquellos que es preciso prever”.
Establecía
esa diferenciación después de aseverar que “En el ámbito económico, un acto, un
hábito, una institución, una ley, no producen sólo un efecto, sino una serie de
efectos. De éstos, únicamente el primero es inmediato, y dado que se manifiesta
a la vez que su causa, lo vemos. Los demás, como se desencadenan
sucesivamente, no los vemos; bastante habrá con preverlos”.
¿Quién
dijo que era fácil el oficio de economista? ¿Qué proporción, de los muchos que
se aseveran ejercer esa profesión, cumple el requisito establecido por Bastiat?
¿Y cuál la de aquellas personas que, sin pertenecer al gremio, adoptan decisiones
económicas con relevancia social?
[1]
“Lo que se ve y lo que no se ve”, en F. Bastiat, “Obras escogidas. Edición y
Estudio preliminar de Francisco Cabrillo", Unión Editorial, 2020, pág. 47.