17 de octubre de 2021

El juego del pseudónimo: la sombra de una duda

Por distintas razones, algunas ciertamente comprensibles en épocas de restricción de libertades, el recurso a los pseudónimos para la difusión de textos ha sido una práctica inveterada. Hoy día sigue siendo bastante común, incluso en sociedades donde prevalece la libertad de expresión. El empleo de un nombre ficticio otorga un margen de actuación bastante mayor del que cabe atribuir a ciertos estatus y posiciones profesionales, ya sean públicas o privadas. Puede también responder a una estrategia de mero divertimento o entretenimiento. Algunas escritoras, sin embargo, han recurrido a esa estratagema en contextos sociales llenos de cortapisas y prejuicios respecto al ejercicio del oficio literario por parte de mujeres. El recurso a un nombre masculino venía a ser un salvoconducto para eludir unas barreras de otro modo inexpugnables.

En todo caso, una cosa era evidente en una sociedad en la que, por el simple hecho de ser mujer, una escritora pudiera verse frenada o discriminada: quien, a pesar de un entorno adverso, lograse triunfar, tenía que haber acreditado unas cualidades excepcionales o extraordinarias, al menos según los estándares de apreciación general o especializada.

A pesar de la supuesta consolidación de los valores democráticos y del principio de igualdad de oportunidades, a tenor de las muchas opiniones que se expresan en tal sentido, la mujer sigue siendo objeto de discriminación frente al hombre. El fomento de la denominada política de diversidad, con especial énfasis en la perspectiva de sexo, responde a esas preocupaciones. Incluso se justifica abiertamente la política de discriminación positiva (¡Vaya oxímoron!). Esta política antepone los resultados finales, partiendo de la premisa de que la igualdad de oportunidades no es una alternativa válida ni eficaz.

Como en el caso de otras políticas públicas, pueden darse, sin embargo, algunos efectos no intencionados. La queja por parte de miembros de colectivos distintos de los que son objeto de discriminación positiva es uno de ellos. Así, hay personas que no aceptan fácilmente que ellas puedan verse afectadas, a escala individual, por un problema de escala global, y consideran que, en la práctica, sufren una discriminación (negativa, huelga recordar). A este respecto, puede surgir la duda de si, ante la elección de una persona perteneciente a un colectivo discriminado positivamente, se pueda estar sacrificando otra opción superior de alguien no integrante de dicho colectivo. Otro efecto está ligado a las presunciones y a las percepciones. ¿Puede crearse artificialmente la necesidad de que una persona perteneciente a un grupo preferente tenga que demostrar que posee méritos intrínsecos más allá de su propia condición identitaria?


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