Del semanario
The Economist siempre me ha sorprendido su enorme agilidad y su extraordinaria
capacidad de respuesta para, en cortísimos espacios de tiempo, dar cuenta, de
forma detallada, incisiva, analítica y documentada, de los temas más variados
que se suscitan cada semana en cualquier parte del mundo. Es algo realmente
impresionante, lo que lleva a pensar en la gran maquinaria capaz de obrar ese
milagro semanal.
Ese
reconocimiento no quita, sin embargo, para advertir que, en el caso de
tendencias manifestadas en hechos diseminados, no siempre identificables desde
su inicio, no se observan las mismas pautas de celeridad para llamar a
atención.
Aunque ha
habido otras referencias previas, es en el primer número de septiembre de 2021
cuando se recoge un informe titulado “La izquierda iliberal”. En uno de los
artículos, tras describir el proceso histórico de superación de los Estados
confesionales, se señala que “algo extraordinario está ocurriendo en Occidente:
una nueva generación de progresistas está reviviendo métodos que increíblemente
se asemejan a los del Estado confesional, con versiones modernas de juramentos
de lealtad y leyes de blasfemia”.
Entre las
viejas tácticas ahora revividas se mencionan las siguientes: i) Imposición de
la ortodoxia, ya no por una élite espiritual sino intelectual: ii)
Proselitismo, impulsado por una vanguardia que proclama que la libertad de una
persona para expresar sus opiniones acaba cuando comienzan los sentimientos (ungidos)
de otras; iii) Expulsión de los herejes, a partir de un cumplimiento forzoso de
los cánones ideológicos; iv) Prohibición de libros, cuando se consideren que
encierran algún peligro; v) Credos, exigidos por algunas instituciones para
poder formar parte de ellas; y vi) Blasfemia, con la creación de penas por
delitos de opinión tipificados.
The
Economist, tras una exposición de inquietantes supuestos observados en la
realidad, tranquiliza al lector diciendo que “La analogía con el pasado tiene
sus límites: nadie va a ser quemado en la hoguera”, si bien incide en que dicha
analogía “es un recordatorio útil de que los valores liberales como la
tolerancia no deben darse por descontados”.