Memento mori. Recuerda que eres
mortal. Hasta
los más gloriosos héroes, las más grandes figuras del intelecto y los más
poderosos magnates se han visto hasta ahora limitados en su existencia terrenal
por esa implacable imposición de la naturaleza, no siempre administrada con
patrones miméticos ni predecibles. Es un sabio consejo para todo aquel que se
ve a sí mismo elevándose desde el suelo.
Con todo, la esperanza matemática
de la vida de una persona al nacer ha ido variando significativamente a lo largo
de los siglos y aún hoy presenta un considerable recorrido en función de variables
y circunstancias concretas. Sin embargo, en una especie de emulación tardía a
conocidos personajes bíblicos, el gerontólogo biomédico inglés Aubrey de Grey -estos
días sumido en una zona gris por razones no científicas- vaticinó, hace ya algunos
años, que la persona que vivirá mil años ha nacido ya.
Sin embargo, para algunas personas
un tanto ambiciosas y abiertamente desafiantes de los designios de la biología,
ese dilatado período no parece suficiente. Aspiran a alcanzar la inmortalidad.
Recientemente, Jeff Bezos se ha
convertido en uno de los “tech-empresarios” que ha decidido invertir en
proyectos empresariales antienvejecimiento. Entre éstos se encuentra Altos
Labs, cuyo propósito es lograr una reprogramación biológica con la intención de
revertir el tiempo[1].
En realidad, no estamos más que ante una extensión del alcance del principio de
“The winner takes it all”, para incluir el dominio del tiempo. Después de todo,
“los tech magnates, acostumbrados a la creencia de que hay una solución tecnológica
para cualquier problema, ven la vida como algo reparable”[2]. Hasta ahora, la literatura había desafiado que la búsqueda de la inmortalidad pueda ser un camino de rosas.
"¿Por qué Dante Alighieri acometió tan monumental proyecto?", se pregunta un personaje de "Las tripas de la razón" (Juan Ceyles, etclibros, 2021, pág. 228) que busca la esencia del tiempo en la "Divina comedia" . "¿Cuál había sido su verdadero leitmotiv? ¿Qué pretendía con ello? ¿La gloria? ¿La inmortalidad? ¡Por supuesto! Como todos".
Imaginemos por un momento a Cervantes en su lecho de muerte. Sabe que está a punto de morir, pero entonces un ser supremo aparece ante él, y le ofrece la posibilidad de elegir entre dos opciones: adquirir la inmortalidad como cumbre de la literatura universal, después de dejar este mundo, o mantener la existencia física en él pero sin pena (sin cautiverios ni otros amargos avatares) ni gloria. ¿Qué habría elegido? ¿Qué elegiríamos nosotros?
Woody Allen parece tenerlo meridianamente claro por lo que a él respecta: “No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi obra. Quiero alcanzar la inmortalidad a través de no morir. No quiero vivir en los corazones de mis compatriotas; quiero vivir en mi apartamento”[3].
Otras personas no lo tienen tan
claro, y consideran que una vida eterna puede ser tener demasiado de una cosa
buena[4].
“Para concluir, diré que creo en la inmortalidad: no en la inmortalidad personal, pero sí en la cósmica. Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa parte maravillosa de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos”. Palabra de Borges (“La inmortalidad”, 1978, en “Miscelánea”, Debolsillo, 2011, pág. 218).
[1]
Vid. F. Papageorgiou, “Peter Thiel, Jezz Bezos and the quest for immortality”,
Financial Times, 14 de septiembre de 2021.
[2] Vid. Papageorgiou,
op. cit.
[3] Vid. Papageorgiou,
op. cit.