10 de agosto de 2021

El egoísmo como virtud

 

Después de mucho tiempo, hace poco tuve un reencuentro con un amigo de la juventud, hoy a punto de jubilarse como profesor universitario, algunos años antes del límite de actividad establecido por la legislación vigente para funcionarios docentes. Atrás deja toda una vida dedicada a la docencia y a la investigación en el campo de la Biología. Decía sentirse bastante satisfecho por el trabajo realizado en ambas vertientes, lo que viene avalado por su brillante trayectoria, bien valorada en los círculos académicos de su especialidad. Esos logros han sido, sin embargo, a costa de una serie de sacrificios en diversos planos. En particular, me confesaba que, durante años, había tenido que convivir con el sinsabor de haber sido un egoísta, que había antepuesto sus prioridades profesionales a otros aspectos de la vida familiar, según distintas apreciaciones recibidas. La acusación reiterada de egoísmo viene ahora a pasarle factura al hacer balance de su aventura vital.

Realmente no supe qué decirle, más allá de recurrir al tópico del coste de oportunidad. Es uno de los pocos conceptos utilizados por los economistas que apenas se presta a discusión, lo que no impide, curiosamente, que, con notable frecuencia, se utilice impropiamente por no economistas, e incluso, a veces, hasta por quienes dicen serlo.

Lamento no haber caído entonces en las aportaciones de Ayn Rand sobre el egoísmo, que, con independencia de que nos adentremos en su perspectiva filosófica, pueden servir de rearme moral para aquéllos que, tal vez en parte injusta o erróneamente, han sido alguna vez acusados de egoístas.

Para Rand, “En su uso popular, la palabra egoísmo es sinónimo de maldad… Sin embargo, [su] significado exacto es: ‘Preocupación por los propios intereses de uno’. Este concepto no incluye una evaluación moral; no nos dice si la preocupación por los intereses de uno es buena o mala”. Y añade que “El altruismo declara que cualquier acción realizada en beneficio de otros es buena y que cualquier acción realizada en beneficio de uno mismo es mala. Así que el beneficiario de una acción es el único criterio de valor moral…, y, mientras el beneficiario sea cualquiera excepto uno mismo, todo vale”.

Verdaderamente desafiantes y controvertidos son los argumentos esgrimidos por la autora de “La rebelión de Atlas”, y precisan ser sopesados con calma, a fin de calibrar en qué medida está justificado un título tan expresivo: “La virtud del egoísmo” (Ediciones Deusto, 2021).

Por ahora, simplemente me limitaré a remitirle este breve texto, por correo electrónico, al eminente biólogo, que, probablemente, por tierras asturianas, camine en solitario hacia Santiago. Seguramente podrá abstenerse de comprobar la bandeja de entrada de su correo, pero no de escudriñar las manifestaciones de la vida que saldrán a su encuentro en rutas para mí sólo imaginarias.



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