La consideración
de los riesgos ligados al clima y al medioambiente se ha incorporado de lleno
al sector financiero, después de tomar conciencia del impacto que aquellos
pueden tener sobre la estabilidad de las entidades financieras. Dicho impacto
puede provenir de diversos frentes: de desastres naturales que arruinen las
garantías reales que sustenten las carteras de créditos, de la incidencia en la
calidad de los activos a raíz de las dificultades de los prestatarios para sobrellevar
la fase de transición hacia una economía con bajo contenido de carbono, o la
posible relevancia de los activos varados. Ante la creciente percepción
de la importancia de los referidos riesgos, los supervisores bancarios han
situado estos en el foco de su actividad supervisora y concebido pruebas de estrés
para calibrar la capacidad de resistencia de las entidades a eventos negativos.
Por lo demás, el despliegue regulatorio está alcanzando unos niveles verdaderamente
abrumadores. El paradigma de las finanzas sostenibles se ha instalado en toda
su plenitud. Y es raro no encontrarnos cada día con sucesivas y continuas manifestaciones
que se suman en la misma dirección.
Por eso resulta
enormemente sorprendente encontrarse con una contribución escrita con un título
tan llamativamente a contracorriente como la de John H. Cochrane, miembro de la
Hoover Institution: “La falacia del riesgo climático” (Project Syndicate, 21 de
julio de 2021). He de reconocer que, cuando vi el artículo, pensé que podría
haber incurrido en algún error interpretativo. Sin embargo, su lectura permite
despejar claramente cualquier duda. El autor, de manera tan directa como desafiante,
señala que la justificación (para la incorporación de la política climática en
la regulación financiera estadounidense) de que el riesgo climático plantea un
peligro para el sistema financiero “es una afirmación absurda”. En su opinión, “Se
está utilizando la regulación financiera para introducir a las escondidas
políticas climáticas que, de otra manera, serían rechazadas por impopulares o
inefectivas”.
Asimismo,
subraya que “Si los reguladores en general les tienen miedo a riesgos inéditos
que pongan en peligro el sistema financiero, la lista debería incluir guerras,
pandemias, ciberataques, crisis de deuda soberana, crisis políticas y hasta
ataques de asteroides. Todos excepto estos últimos son más probables que el
riesgo climático”.
Como una
especie de asteroide belicoso es en cierto modo el texto comentado, un
elemento descontrolado y no previsto dentro de una constelación profinanzas
sostenibles que no deja de expandirse. Encontrarse con argumentos como los
reseñados o este otro llega a causar una cierta conmoción y nos invita a
solicitar una pausa para asimilarlos y analizarlos: “La regulación financiera climática
es una respuesta en busca de una pregunta. El punto es imponer un conjunto específico
de políticas que no pueden prosperar mediante una legislación democrática
regular o una potestad reglamentaria ambiental regular, que exige al menos la
pretensión de un análisis costo-beneficio”.