13 de octubre de 2020

“Diario del año de la peste”: la crónica premonitoria de Daniel Defoe

Fue JFDF quien me recordaba, hace unos días, que Daniel Defoe, además de “Robinson Crusoe”, era también autor del “Diario de la peste”, novela escrita con formato de crónica acerca de la plaga de la peste que la ciudad Londres sufrió en el año 1665, más de medio siglo antes de la aparición de la obra. Ésta, en inglés y en español, está disponible en Internet.

Cuando uno se desliza por el relato en cuestión no puede dejar de experimentar una sensación de aturdimiento, al sentirse confundido, sin saber si la narración corresponde realmente a episodios antiguos o a los vividos durante la pandemia del coronavirus.

Un mal siempre trae otro”, escribe Defoe. “Estos terrores y aprensiones condujeron a la gente a mil actos débiles, tontos -y perversos que en realidad no deseaban, pero hacia los que eran impulsados por una clase de individuos verdaderamente malvados: corrían hacia los decidores de fortuna, charlatanes y astrólogos… No necesito decir qué horrible engaño fue éste… Lo malo era que cuando la pobre gente interrogaba a los falsos astrólogos sobre si habría o no plaga, ellos concordaban en decir que ‘Sí’, porque de este modo conservaban la fuente de sus ganancias. Si no se hubiera mantenido al público asustado, pronto los brujos se habrían vuelto inútiles y su oficio habría muerto… Porque cuando la epidemia se diseminó ostensiblemente, pronto empezaron a ver la locura que era confiar en esos seres incapaces que los habían estafado”.

Afortunadamente, el contraste es grande con la situación actual. Desde un primer momento, todas las medidas y decisiones de las autoridades han estado guiadas por la mano experta de acreditados científicos y sabios. Una vez más, se confirma la tesis pinkeriana de cómo el progreso se va abriendo camino en la civilización.


JFDF, como muestra de las similitudes con el presente, me hizo llegar la siguiente cita de la novela: “La multitud de todos los días por las calles, proveniente de nuestro barrio, ya no existía. La banca no había cerrado, es cierto; pero nadie concurría a ella”.


Efectivamente, algunas similitudes y también algunas paradojas apreciables durante el estado de alarma. A diferencia de lo que sucedía en el siglo XVII, la tecnología del siglo XXI hacía prescindible la apertura de los establecimientos bancarios, que, sin embargo, ante su catalogación como servicios esenciales, se mantuvieron abiertos y frecuentados por el público.


Defoe relata las triquiñuelas utilizadas para salir del encierro decretado a los habitantes en sus moradas. Aparte de la necesidad de realizar operaciones in situ, el acceso a oficinas bancarias, al igual que la inexcusable tarea de sacar el perro a pasear, era, durante el obligado calvario reciente, una de las escasas vías para eludir ocasionalmente el confinamiento dentro de los límites de la legalidad.

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