3 de septiembre de 2019

“Intrigo: querida Agnes”: una nueva dosis de suspense de calidad

Liberado del yugo de la búsqueda permanente del contexto o de las motivaciones económicas, antes de lo previsto, tuve ante mí la oportunidad de ver la segunda entrega de la trilogía “Intrigo”, del escritor Hakan Nesser, “Intrigo: querida Agnes”, después de haber disfrutado considerablemente de la primera, como dejé escrito en este blog (24-8-2019). Sin sufrir ninguna decepción al respecto, de nuevo el suspense se erige como el hilo conductor de la película, desde que arrancan las primeras imágenes hasta que aparecen los créditos finales.

Y, de nuevo, la habilidad del director, Daniel Alfredson, la trama de las historias narradas, en este caso con sucesivos flashbacks, la interpretación, la ambientación, y la fotografía rayan a gran altura.

La historia gira en torno al deseo de una joven profesora de literatura de preservar la propiedad de la mansión donde residía con su marido, que fallece tras una prolongada enfermedad. Todo un reto, ante la elevada tasación de la vivienda, dada la concurrencia de otros dos herederos, hijos de otro matrimonio del anterior propietario. Su reencuentro con una antigua compañera de residencia estudiantil, apasionada, como Agnes, de las artes escénicas, con aspiraciones que, a la larga, acabarían por colisionar larvadamente, se transforma en un elemento clave en el desarrollo de la narración.

No obstante lo antes apuntado, y a pesar de la enorme capacidad absorbente de la película, es casi inevitable percibir algunos aspectos con contenidos económicos sustanciales -y, en algún caso, con un tratamiento un tanto desconcertante-, lo que, sin duda, es recomendable posponer a la finalización de la cinta.

Temas de derecho sucesorio, pretensiones de usufructo frustradas, tasaciones de inmuebles, y la concesión de préstamos hipotecarios son, entre otras, cuestiones que juegan un papel importante como sustrato económico de la narración. También podemos encontrar indicios claros de la importancia que pueden tener los estímulos dinerarios para asumir propuestas exigentes, así como de la trascendencia que pueden llegar a tener factores extraprofesionales en las carreras de las personas. Por otro lado, los personajes también se colocan, en algún momento, en una situación semejante a la del conocido dilema del prisionero.

Pero de todos los aspectos económicos quizás lo más llamativo sea la considerable laxitud, al menos aparente, en relación con el cumplimiento de la normativa sobre prevención del blanqueo de capitales. Quienes la conocen son conscientes de su rigor y de las exigencias de verificación de la licitud del origen de los fondos manejados. Aunque, pese a las apariencias de ejemplaridad, ya sabemos que, en ocasiones, salta la liebre cuando menos se espera, incluso en parajes nórdicos. Es de suponer que la ligereza percibida en la pantalla no guarde relación con los célebres casos ya comentados en este blog (“Cómo dejar de ser Dinamarca para llegar a ser Dinamarca”, 19-10-2018).

Sin embargo, ese detalle, aún en caso de confirmarse, como otros, en una sesión más sosegada, no empaña en absoluto la alta calificación de la película. Tras verla, uno simplemente se impacienta por hallar la tercera entrega.

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