Hace ya dos años, tal día como hoy, este blog arrancó su incierto periplo por los procelosos mares internáuticos, sin tener conciencia de cuán dura podía llegar a ser la navegación, cuando se intenta desprovistos de tripulación, víveres, aparatos, mapas y cartas marítimas. Aun lo es más cuando, después de haberse estrellado contra los arrecifes, el mástil de la nave está partido, y la vela, destrozada. Expuesto al albur de las corrientes, el barco -si todavía merece ese nombre- a duras penas sigue a flote, sin posición ni rumbo fijos.
Sin otro remedio que permanecer a merced de fuerzas ingobernables, he logrado recuperar el cuaderno de bitácora, para ir al reencuentro de las jornadas vividas.
Observo que en uno de los registros aparece la fecha del 21 de julio de 2018. Sin darme cuenta, me veo inmerso en una situación de aturdimiento. No sé quién escribió esas líneas ni por qué. Si realmente son de ayer o de hoy. Aparentemente ha pasado un año, pero apenas nada ha cambiado.
Poco hay, pues, que añadir. Salvo, naturalmente, reiterar mi más viva gratitud al reducido elenco de personas que han continuado dando aliento para que esta periclitada nave siga, milagrosamente, surcando los mares. Y, aunque a diferencia de Odiseo, no seamos capaces de calibrar la magnitud de la próxima que nos aguarda, podemos evocar su mítico reclamo: “¡Oh amigos! No somos novatos en padecer desgracias…”.