10 de marzo de 2019

Incentivos manipulables: la campaña de Hanoi, en 1902, contra las ratas

Hace unos días leía una noticia -en verdad, ignoro si pertenecía al terreno de las fake news- según la cual en Bensheim, localidad del estado alemán de Hesse, se había llevado a cabo una operación de rescate de una rata atrapada en el respiradero de una tapa de alcantarilla. A la vista de cómo están evolucionando en los últimos tiempos algunas concepciones sociales, en particular las relacionadas con el reino animal, no cabría descartar la plausibilidad de la noticia. Evitar el sufrimiento a cualquier ser vivo es una pauta de comportamiento cada vez más extendida, aunque reconozco que sería incapaz de decir sobre la marcha dónde habría que situar la frontera, si es que se admite que debe haberla, para excluir determinados especímenes de tal protección.

Creo que sería interesante debatir acerca de los límites de la moral, singularmente respecto a aquellos casos en los está en juego la propia supervivencia de organismos contendientes. Sin embargo, no es mi propósito abordar aquí esa espinosa cuestión sino una más mundana, que, aunque conectada con algunas especies animales, está despojada de juicios de valor, de connotaciones éticas, y que se centra en un componente estrictamente “técnico”, dentro del plano económico. Concretamente, se trata de evaluar el grado de eficacia de la utilización de incentivos económicos para fomentar el exterminio de animales considerados, al menos antaño, muy dañinos -por su papel como vehículo para la transmisión de enfermedades- para la integridad de la población de seres humanos.

Las ratas son protagonistas de un episodio histórico muy significativo y aleccionador a ese respecto. Hacia finales del siglo diecinueve, la administración francesa de Hanoi, con sujeción entonces a un régimen colonial, había dotado a la sección francesa de la ciudad de un sistema de red de alcantarillado. Dicho sistema tenía evidentes ventajas para la conducción de las aguas residuales, pero también posibilitó que la población de ratas creciera de forma exponencial. En un interesante artículo, Michael G. Vann (“Of rats, rice, and rase: the great Hanoi rat massacre, an episode in french colonial history”, Project Muse, 2003) ilustra pormenorizadamente los avatares de la época en el Hanoi colonial, caracterizado por profundas desigualdades entre los residentes nativos y los colonizadores.

Según también describe Shay Maunz (Atlas Obscura, 2017), Paul Doumer, gobernador general de la Indochina francesa, artífice de la modernización urbana, debió de quedar bastante sorprendido al ver salir ratas de las alcantarillas. Desprovisto de los más nobles sentimientos que hoy pueden aflorar en las modernas urbes del centro de Europa, el mandatario galo, que años más tarde accedería a la presidencia de la República francesa, puso en marcha una campaña para frenar una situación poco compatible con el orgullo por los logros de la modernización impulsada por las políticas francesas.

En 1902, la administración pública creó brigadas de cazadores de roedores que descendían por las alcantarillas con el propósito de esquilmar el “stock” de tales animales. A pesar de las elevadas cifras de ratas eliminadas, la tarea era insuficiente ante su probada capacidad reproductora. Un nuevo plan se puso en marcha, orientado a implicar a los ciudadanos en la campaña, estimulándolos con el pago de un céntimo por roedor muerto. Comprensiblemente, a fin de evitar los inconvenientes del traslado de las pruebas físicas en su integridad, la aportación de una cola era la prueba establecida para el abono de la compensación económica.

Parece que la sorpresa de los funcionarios fue mayúscula cuando se toparon con un ejército de ratas “vivitas y no coleando”. Hacerse con la prueba del apéndice permitía la percepción de la recompensa sin mermar la capacidad multiplicadora de la fuente generadora de beneficios potenciales.

Pero el pasmo aún sería mayor cuando se descubrió que avispados “emprendedores” locales habían activado “proyectos empresariales” consistentes en “granjas de ratas”. Ante estas no precisamente “mejores prácticas”, el régimen colonial suprimió el programa de incentivos a la cacería de ratas. Según escribe Vann, “Al final, la campaña fracasó miserablemente. La principal preocupación de la administración colonial, el estallido de la peste, parecía imparable en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Cuando la plaga bubónica golpeó Hanoi en 1903, una de las grandes ironías que caracterizan la historia del colonialismo francés salió a la superficie. La Exposición Colonial Internacional de Doumer, con la que él quería retratar Hanoi como un triunfo higiénico en los anales de la ciencia francesa, creó en la práctica una crisis médica”.

Numerosas son las lecciones económicas que encierra el episodio descrito. De una parte, ilustra una manifestación de una categoría de los denominados fallos del sector público, a saber, la de las consecuencias no previstas derivadas de las actuaciones públicas (“externalidades derivadas”). En este caso, la dotación de infraestructuras básicas de saneamiento acarreó algunos resultados negativos al favorecer la expansión de los escurridizos habitantes subterráneos, tras mejorar, indirectamente, sus condiciones de vida. De otra parte, pone de manifiesto cómo un diseño inadecuado de un esquema de incentivos puede desencadenar efectos perversos, llevando no solo a no alcanzar los objetivos seleccionados sino incluso a empeorar el problema que se pretendía corregir. Así, a la hora de aplicar un programa de incentivos hay que asegurarse, al menos, de que no cobre vida el “efecto cobra”. Históricamente, las recompensas pecuniarias han demostrado ser, ya sea ante reptiles o ante roedores, estímulos más poderosos que los posibles sentimientos zoofílicos, aunque, a veces, pudiera darse otra impresión.

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