2 de febrero de 2019

Dignidad, identidad y resentimiento: el análisis de Fukuyama


Francis Fukuyama es uno de los politólogos más acreditados de las últimas décadas, autor de obras de gran interés sobre la evolución de los sistemas políticos. Adquirió notoriedad internacional especialmente a raíz de la divulgación de su conocida y controvertida tesis acerca del “fin de la historia”. El hecho de que en su libro “Identity. The demand for dignity and the politics of resentment”, publicado en 2018, tenga que dedicar unos párrafos a explicar la interpretación de la misma es un buen indicativo de que no había sido entendida del todo. Según manifiesta, no se refería a la terminación de la historia como tal, sino a una tendencia evolutiva, como resultado más verosímil, hacia un estado liberal asociado a la economía de mercado.

Pese a esa identificación efectuada en 1989, constata ahora que, contrariamente a las expectativas, desde mediados de la primera década del presente siglo se observa un retroceso de los sistemas democráticos en el mundo. La clave explicativa de algunos de los fenómenos políticos observados radica en un elemento psicológico, el “thymos”, la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad propia. Las democracias liberales modernas garantizan un nivel mínimo de igualdad de derechos, pero no que exista en la práctica una igualdad de respeto, particularmente para los grupos con una historia de marginación. Según Fukuyama, el auge de la política basada en la identidad es una de las principales amenazas que afrontan las democracias liberales modernas, y sostiene que, a menos que recuperemos alguna fórmula para un tratamiento universal de la dignidad humana, nos veremos inmersos en un conflicto continuo.

El analista estadounidense subraya el contraste entre las motivaciones políticas dominantes en el siglo veinte y en la segunda década del siglo veintiuno: mientras que entonces existía una tensión, entre la izquierda y la derecha, entre mayor igualdad y mayor libertad, ahora la pugna radica en la defensa de los intereses de colectivos considerados marginados y la protección de la identidad nacional, respectivamente. A partir de la percepción de la falta del debido reconocimiento a la dignidad de diversos grupos se ha levantado lo que denomina la “política del resentimiento”, en la que prevalece la carga emocional, predominante respecto a los intereses económicos.

La corriente principal de la Economía, basada en el comportamiento de seres humanos racionales maximizadores de su utilidad, se ve limitada, a juicio de Fukuyama, puesto que elude otros aspectos básicos de la naturaleza humana. En el “thymos” se sustenta gran parte de las políticas de identidad de la actualidad, impulsadas por la búsqueda del reconocimiento igualitario por colectivos que han sido objeto de algún tipo de marginación.

La importancia concedida a la dignidad le lleva a sugerir que una renta universal garantizada como solución a la pérdida de empleo por la automatización no asegurará la paz social ni propiciará la felicidad de la gente. En este apartado, el estatus relativo resulta más importante que el estatus absoluto. Asimismo, los estudios de psicología económica ponen de relieve que los individuos muestran un especial pavor a perder lo que ya tienen. Les preocupan más las posibles pérdidas que no obtener posibles ganancias. Así, el grupo políticamente más desestabilizador tiende a ser la clase media, ante el temor a verse privada de su estatus. La amenaza percibida por sus integrantes ayuda a explicar el auge del nacionalismo populista. En algunos países, la percepción de la invisibilidad de la clase media por parte de las élites ha sido quizás el principal factor.

La política de identidad moderna nace cuando muchas personas comienzan a pensar sobre sus fines y prioridades en términos de la dignidad de los grupos a los que pertenecen. Fukuyama llama la atención sobre una significativa transformación ideológica. Tras quedar excluidas de la agenda la revolución comunista y la supresión de la propiedad privada, la izquierda política, si bien ha seguido propugnando la igualdad, ha cambiado su énfasis en las condiciones de la clase trabajadora por demandas, a menudo de carácter psicológico, a favor de círculos cada vez más diversos de colectivos marginados.

Mientras que el marxismo clásico había aceptado muchos de los pilares de la ilustración occidental, como la creencia en la ciencia y la superioridad de las sociedades modernas frente a las tradicionales, la nueva izquierda -apunta Fukuyama- ha adquirido un carácter más nietzschiano y relativista, atacando al cristianismo y los valores democráticos sobre los que se había asentado la ilustración. Al propio tiempo, las críticas vertidas a determinadas corrientes político-religiosas por su intolerancia y su carácter iliberal tienden a ser minimizadas bajo el estandarte del antirracismo.

El politólogo norteamericano considera que el énfasis en la identidad es una tendencia comprensible y necesaria como forma de combatir la injusticia, pero puede llegar a ser problemática cuando la identidad es interpretada o planteada de ciertas formas específicas, al igual que cuando lleva al olvido de otros problemas más comunes. Y otro escollo surge cuando, por la vía de la “corrección política”, se coarta la libertad de expresión y, más generalmente, la clase de discurso racional necesario para sostener la democracia. Y, por supuesto, poner el foco de atención en círculos cada vez más reducidos nos lleva a preguntarnos hasta dónde cabe llegar en la concreción de características distintivas. ¿Existe alguna dimensión mínima para establecer una identidad? Hay minorías soslayadas que merecen un justo reconocimiento, pero existe también el riesgo de desatención de otros grupos, bien de forma real o percibida por sus miembros.

Fukuyama estima que el remedio no debe ser abandonar la idea de identidad, sino definir identidades nacionales más amplias e integradoras. Crítico implacable de Trump, apunta como reto, respecto a la Unión Europea, la mejora del control de sus fronteras exteriores, y respalda el establecimiento de requerimientos más estrictos para el otorgamiento de la nacionalidad. La identidad nacional comienza con una creencia compartida en la legitimación del sistema político del país, y un sistema político democrático se basa en un contrato entre gobierno y ciudadanos en el que existan obligaciones para ambas partes.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

Entradas más vistas del Blog