21 de julio de 2018

Blog Tiempo Vivo: primer aniversario

Hasta ahora no era plenamente consciente. Su imagen permanecía difusa tras la neblina del amanecer. Ahora la vislumbro con nitidez, altiva e imponente, movida por un impulso imparable, enfilando el camino hacia su meta, que mantiene oculta. Corcel sin bridas, deja sus huellas en la arena de la marea baja.

El tiempo, solo el tiempo, que un día fue denso y cansino, mientras hoy se escurre entre los dedos. A medida que avanzaba, sin anunciarlo, él mismo fue transmutando sus atributos físicos o se fue alterando el mecanismo de percepción. La sensación es de estupor. El vértigo se extiende al tratar de comprender cómo puede todo transcurrir de forma tan rápida.

Hace un año, por fin, me decidí a adentrarme en el insondable mundo de los cuadernos internáuticos personales, alentado por cualificados precursores en ese engañosamente hospitalario hábitat, regido por implacables reglas. El 21 de julio de 2017 se produjo la botadura de la nave del blog “Tiempo Vivo”, que se atrevía a surcar los mares sin brújula y sin cartas de navegación. Tampoco, en verdad, le fueron muy precisas, pues la nave se convirtió, sin mucha demora, en barquito de papel, que, aunque intentó alcanzar mar abierta, no ha sido capaz de superar las corrientes ni el fuerte oleaje. A pesar de intentarlo una y otra vez. No obstante, aun con su fragilidad, ligero de equipaje y de víveres, sin tripulación, ha podido permanecer a flote, lo cual es ya un logro que a algunos vigías del puerto les parece algo extraño. Cualquier recorrido es mucho si la curva de las expectativas se aproxima asintóticamente a cero.

O no tanto, si las entradas se quedan en eso, en meras inserciones sin apenas encontrar habitáculos de acogida visual. Suelen decir los expertos en contabilidad nacional que la producción asociada a una actividad docente depende del número de receptores. Una misma lección dará lugar a una mayor o menor producción efectiva según cuál sea el número de discípulos. Curiosa forma de medición. Siguiendo ese criterio, una clase impartida en un aula vacía, por arduo que haya sido el trabajo de preparación, viene a significar un despilfarro, una producción nula. Mutatis mutandis, un blog sin lectores, por mucho que se haya estirado el repertorio, no daría lugar al registro de actividad productiva alguna. La aspiración reticular de ese instrumento se ve frustrada y, en lugar de tejer una red, queda atrapado en un espejo frontal. En tal caso, lo más recomendable y productivo para uno mismo sería poner término al periplo y plegar las velas del barco antes de que acabe hundiéndose. Sin embargo, esa línea argumental, de una lógica aplastante, encuentra la oposición del espíritu más profundo del escritor, que se resiste a inmovilizar el caleidoscopio.

Otros factores sobrevenidos ayudan a explicar la paradoja de que aún no se haya detenido el tiempo para “Tiempo Vivo”. La sospecha de que el blog a partir de un momento dado cobró vida propia está ahí. A fe mía, ha de ser así. Por más que durante semanas hice firme propósito de no lanzar nuevos textos, tentado de dejar morir el sitio por inanición, al pasarle revista, me fui encontrando con sucesivas adiciones cuyo origen soy incapaz de explicar. Tal vez los proveedores de la plataforma han infiltrado algún tipo de programa habilitado para completar piezas a partir del análisis de las pautas observadas. No me pregunten la razón que les puede llevar a ese aparente altruismo literario. Políticas de fidelización, de subyugación, de control del mercado o de experimentación social pueden estar detrás. O tal vez el imperio de la robótica ya ha comenzado.

Hasta ahora no me he atrevido a compartir mi experiencia con nadie, como tampoco nadie, si ha tenido alguna similar, la ha compartido conmigo. Pero me aterra pensar que, mediante esta suerte de impostura, alguien esté a punto de adueñarse de nuestras mentes. Creíamos que la tecnología nos había liberado, pero sus servidumbres, si el que cuento no es un caso aislado, podrían transformarse en esclavitud, capaz de dominar el pensamiento. Intentos notables hubo ya antes a través de las inefables herramientas de autocorreción.

He pensado idear alguna argucia para discernir lo que es cosecha propia frente a textos de procedencia ignota, con la dificultad añadida de que esa misteriosa fuente se ha mimetizado conmigo mismo. Al releer una página no puedo saber ya cuál es su verdadera procedencia.

Pero lo que más lamento es que el concentrado núcleo de personas que, en algún momento, me han dado su aliento para no recoger velas ha podido seguir las huellas de una autoría impropia. A ellas quiero transmitir mi más viva gratitud, objetivo principal de esta entrada conmemorativa de la referida efeméride. Para no comprometerlas en modo alguno, omitiré aquí sus nombres, aun cuando el poder cibernético controle sus rastros digitales. 

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