La noticia saltó no hace mucho a los medios de comunicación: los españoles, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), somos ya más ricos que los italianos. Sin embargo, a comienzos de este mismo año, el Banco Mundial difundía un informe, referido a una fecha anterior, del que se desprende justamente lo contrario. No es de extrañar, pues, que se origine una cierta confusión acerca de la posición comparativa de España respecto a algunas variables económicas fundamentales. Por ello, conviene partir de la constatación de que existen distintos indicadores económicos, que no siempre se utilizan en el sentido adecuado, y que, asimismo, admiten diferentes acepciones. Además de las cautelas interpretativas, la concreción previa de los detalles metodológicos es esencial antes de emitir valoraciones contundentes. Entre otros, puede ser oportuno tener en cuenta los siguientes aspectos:
i. Es bastante frecuente la inclinación a identificar la riqueza con la renta, pero son conceptos distintos, a pesar de la conexión existente entre ambos (la renta posibilita acumular riqueza y la riqueza permite generar renta). La riqueza representa el valor de los activos (netos de los pasivos) a una fecha determinada. Es lo que los economistas denominan una “variable de acumulación”. A su vez, la renta es el valor de los ingresos generados en un período, normalmente un año (“variable flujo”).
ii. La magnitud de la renta agregada de un país puede aproximarse a través del producto interior bruto (PIB), ya que los bienes y servicios producidos tienen una correspondencia directa con la remuneración de los factores que han contribuido a su producción. Aun cuando el PIB es una magnitud de referencia, está sujeto a una serie de limitaciones y deficiencias (no consideración de los impactos sobre el medio ambiente, falta de contabilización de la economía sumergida, desatención del ocio…) que lo convierten en un indicador imperfecto. Aparentemente resultaría más sencillo cuantificar la riqueza, pero surgen enormes escollos (valoración de los recursos naturales, cómputo del capital humano, reflejo de los pasivos ocultos…). A efectos de las comparaciones internacionales, es crucial aplicar la misma metodología a todos los países.
iii. Aun admitiendo, con reservas, el PIB per cápita como indicador de la renta media de los habitantes de un país, nos encontramos con varias opciones. La utilización de las cifras nominales o corrientes soslaya las consecuencias del nivel y de la evolución de los precios. Para corregirlas se utilizan los datos en paridades del poder adquisitivo del dinero en cada país.
iv. El adelantamiento de España a Italia en renta por habitante no es nuevo. Ya ocurrió en el año 2007, cuando el PIB per cápita de España, en paridades del poder de compra, era el 105% de la media de la Unión Europea (UE), frente al 104% de Italia. El impacto de la reciente crisis económica quebró la trayectoria de la economía española, causando un gran deterioro de los indicadores en términos absolutos y también comparativos. En 2013, el PIB per cápita de España había caído hasta el 89% de la media de la UE, quedando entonces bastante por debajo del de Italia (98% respecto a la UE).
v. Según datos del FMI, el PIB por habitante de España ascendía en 2017 a 25.115 euros, mientras que en Italia se elevaba a 28.326 euros. Ahora bien, en paridades del poder adquisitivo, se producía el adelanto comentado de España, aunque sumamente moderado (38.286 dólares internacionales, frente a 38.140).
vi. Las proyecciones actuales del FMI señalan que esa dinámica proseguirá en los próximos años y, en 2022, la renta española podría superar la italiana en algo más de un 7%.
vii. Pese a lo anterior, no podemos olvidar que el tamaño de la economía italiana sigue siendo bastante superior al de la española (1,72 billones de euros frente a 1,16).
viii. Por otro lado, según el referido informe del Banco Mundial, en el año 2014, la riqueza por habitante en España era de 342.470 dólares, un 20% inferior a la de Italia.
ix. Dicho informe divide la riqueza de un país en cuatro grandes categorías: a) capital producido (como carreteras, maquinaria y edificios); b) capital humano (basado en la estimación de los ingresos futuros de la población activa); c) capital financiero (activos exteriores netos); y d) capital natural (principalmente recursos energéticos en el subsuelo, minerales, bosques y terrenos agrícolas). Del total de la riqueza por habitante en España, casi las dos terceras partes corresponden al capital humano (63%), un 42% al capital producido y un 3% al capital natural; los activos financieros exteriores netos contribuyen negativamente con un 8%. Es verdaderamente preocupante percibir la evolución negativa de la riqueza por habitante en España entre 1995 y 2014, así como el enorme desfase respecto a los países europeos más avanzados. Pero aún lo es más comprobar cómo la diferencia es imputable esencialmente al menor capital humano per cápita, que representa tan solo un 46% de la cifra de Alemania, un 52% de la de Francia, y un 89% de la de Italia.
x. Por último, los indicadores usuales de la renta y la riqueza por habitante desatienden completamente la forma de reparto de los respectivos totales entre los habitantes. Uno de los indicadores más utilizados para medir la desigualdad en la distribución de la renta es el coeficiente de Gini, que puede oscilar entre 0 (igualdad total) y 1 (desigualdad total). Con valores de dicho índice (calculado para la renta disponible, después de impuestos y transferencias) cercanos a 0,33, España e Italia presentan un grado similar de desigualdad en la distribución de la renta.
A pesar de sus limitaciones, los indicadores económicos son útiles para disponer de una visión acerca de la situación y la tendencia de la actuación económica de un país. Pero más importante es poder identificar los factores que permiten impulsar una senda de crecimiento sostenible y, en concomitancia, diseñar las medidas más adecuadas para su estímulo. La experiencia histórica pone claramente de manifiesto que el progreso económico no es ni automático ni irreversible, y que las ideas y los programas de actuación económica tienen una gran trascendencia.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)