El mercado de obras de arte presenta algunas connotaciones similares a las del mercado de deportistas profesionales de élite. Cuando uno cree que se han alcanzado cotas insuperables en algunas transacciones, que se han desembolsado cifras astronómicas que desafían la lógica económica, que se ha llegado al máximo histórico, cada vez con menos desfase temporal, nos encontramos con otra operación que quiebra todas las expectativas y reabre el ciclo de los superlativos.
En el año 2015, causó gran impacto la venta del lienzo de Picasso “Les femmes d’Alger” por la suma de 179 millones de dólares, que analizaba en un artículo (“El valor económico de un Picasso”, diario Sur, 13 de junio de 2015). En él se recogía la posición de algunos significados marchantes del mundo del arte que consideran que este tipo de adquisiciones no responden a los caprichos de algún multimillonario, sino que obedecen a decisiones que se toman de forma muy meditada. Este punto de vista nos llevaría a analizarlas como si se tratara de la compra de un activo financiero. Fuera de los circuitos de las casas de subastas, ha habido operaciones bilaterales con cifras superiores.
Hace tan solo unos días, a mediados de noviembre, la cota alcanzada por la referida obra picassiana se ha visto multiplicada por 2,5 en la venta del cuadro de Leonardo da Vinci “Salvator Mundi”, adjudicado por un montante total de prácticamente 400 millones de dólares, cifra a la que hay que añadir la nada despreciable suma de 50,3 millones de dólares percibida por los servicios de Christie’s. Se da la circunstancia de que el lienzo, inicialmente atribuido a un discípulo de Leonardo y alterado por diversos retoques, fue vendido en el año 1958 por tan solo 45 libras. El tenedor de la obra habría mantenido intacto su poder adquisitivo (en España) si hubiese obtenido hoy por ella unas 1.800 libras.
En el caso del retrato del “Salvador del Mundo” concurren, además, algunas curiosas circunstancias. De algunas de ellas dan cuenta Lauren Leatherby y Eric Platt (Financial Times, 16 de noviembre de 2017) y Manuel Conthe (Expansión, 21 de noviembre de 2017).
El cuadro, que perteneció al Rey Carlos I de Inglaterra, estuvo presuntamente desaparecido hasta su redescubrimiento en 2005. En 2011 fue exhibido públicamente después de una laboriosa restauración. La atribución de su autoría al genio italiano se basa en una serie de indicios, sin que hayan desaparecido quienes cuestionan su originalidad.
Partía ya de algunas referencias significativas, puesto que en 2013 ya había sido vendido por 127,5 millones de dólares, cifra superior al precio de salida en la reciente subasta (70 millones de dólares).
Inevitablemente, ante una operación de una cifra tan extraordinaria, surgen varias preguntas, al menos tres: i) ¿Cómo puede una obra alcanzar un precio tan exorbitante?; ii) ¿Quién puede estar detrás?; y iii) ¿Por qué ha estado dispuesto a desembolsar semejante suma?
Inevitablemente, ante una operación de una cifra tan extraordinaria, surgen varias preguntas, al menos tres: i) ¿Cómo puede una obra alcanzar un precio tan exorbitante?; ii) ¿Quién puede estar detrás?; y iii) ¿Por qué ha estado dispuesto a desembolsar semejante suma?
Ninguna de ellas es fácil de responder.
Aun cuando puedan aplicarse al mercado del arte los criterios típicos para la evaluación de una decisión de compra de un activo financiero, el análisis económico nos lleva a incorporar algunos rasgos muy singulares que concurren en la oferta y la demanda de obras de grandes artistas fallecidos (“El valor económico de una obra de arte”, eXtoikos, nº 18, 2016).
Respecto a la segunda, si aplicamos la regla empírica del “1 al 4%”, como techo de la riqueza que una persona puede estar dispuesta a pagar por una inversión de esta naturaleza, el patrimonio del adquirente, como mínimo, superaría los 11.000 millones de dólares. Visto así, la compra del cuadro implicaría dedicar la renta obtenida en un año a razón de un 4% (neto de impuesto) de dicho patrimonio.
Pueden hacerse algunas especulaciones respecto a la justificación de la compra, aunque, si barajamos posiciones económicas como la descrita, probablemente las decisiones monetarias se vean de otra manera.
Según algunas tesis, la exaltación de una obra, además de por sus atributos artísticos, puede verse favorecida por circunstancias específicas independientes. Así, el robo de La Gioconda en 1911 pudo contribuir a su aprecio y reconocimiento universales. También el “Salvator Mundi” ha estado rodeado de rasgos críticos, entre lo que no es irrelevante su presentación propagandística como el posiblemente último Da Vinci.
A partir de ahora puede que el rostro de Cristo vendido en Christie’s rivalice en popularidad con el de Mona Lisa. Pero, como apuntaba Harry Eyres (Financial Times, 3 de febrero de 2012), Leonardo estaba interesado fundamentalmente en pintar mentes, o incluso almas, no simplemente rostros. El misterio del gran maestro continúa en el plano artístico y se amplifica en el económico.