Visitar
las instalaciones del Instituto Padre Suárez de Granada es como viajar en el tiempo,
y transportarse a otra época, a mediados del siglo diecinueve, en la que un selecto
ramillete de centros de enseñanza secundaria -quién lo diría- comenzaban su
gloriosa andadura como auténticos templos de generación, transmisión, difusión y
conservación del conocimiento. El visitante actual se queda completamente
desarbolado e impresionado ante el extraordinario patrimonio histórico,
literario y científico acumulado en sus añejas estancias. Cuesta ciertamente
trabajo asimilar que, fuera de los círculos académicos de la más alta alcurnia,
pueda admirarse una colección de elementos tan variada, y de tanto interés
histórico y científico. Buena parte de las dependencias del centenario centro
acoge una suerte de museos especializados en distintas ramas del saber, merecedores
de estar incluidos en los más distinguidos circuitos.
Si
la colección de objetos ligados al conocimiento es causa de admiración, no lo
es menos la constatación del nivel académico y de la erudición de algunas de
las figuras que impartieron docencia en sus aulas. Una de ellas fue el Doctor
Rafael García Álvarez, catedrático de Historia Natural y Fisiología, divulgador
en España de las teorías darwinistas. En el año 1883 se publicó su “Estudio
sobre el Trasformismo”, “precedido de una carta-prólogo de Don José de
Echegaray”. En ésta, el polifacético intelectual español ponderaba la
importancia de la observación para el avance de la ciencia, y señalaba que “las
doctrinas filosóficas [suelen] pecar de abstractas por andar un tanto
divorciadas de la experiencia, siendo por esto casi siempre inaplicables á la
realidad de las cosas físicas; las cuales, no por constituir un mundo distinto
del mundo espiritual, han de quedar fuera de las concepciones filosóficas y
como huérfanas de su norma y de su luz”.
El
insigne profesor remataba su obra con una reflexión, bastante optimista, acerca
de la evolución de las doctrinas científicas en la que afirmaba que “esta misma
historia nos enseña, que á pesar de las contrariedades seculares que ha tenido
que vencer en el tiempo, la verdad triunfa por fin, y despues de períodos más ó
menos largos de tinieblas en que el pensamiento está abatido y encadenado, se
levanta más brillante y explendente, iluminando con su poderosa luz el
accidentado camino del progreso, dejándonos entrever más extensos y más
dichosos horizontes, en los que la humanidad encontrará el ideal de su porvenir”.