12 de agosto de 2022

El envilecimiento de las palabras

 

Hay palabras que tuvieron un origen noble, pero que, con el paso del tiempo, se vieron envilecidas en su significado o en alguna de sus acepciones que, a la postre, acabaron imponiéndose en el lenguaje popular. ”Villano” y “mezquino” son hoy dos vocablos que no confieren demasiada dignidad a quienes se les atribuyan. Tal dignidad (aunque no imputable a la nobleza emanada de un sistema de castas), sin embargo, existía, cuando, allá por el siglo XIII, se empleaban para denominar a ciertas categorías de labriegos en el reino de Aragón. Así, el primero se aplicaba a quienes trabajaban sus propias tierras, en tanto que el segundo, a quienes cultivaban predios ajenos[1].

Procedería tal vez hacer alguna reflexión acerca de las cifras relativas de quienes puedan resultar acreedores a integrar los cuatro colectivos delimitados. Los dos últimos cuentan con la desventaja del retroceso del peso del sector agrario en la estructura económica de los países supuestamente más avanzados.

En cualquier caso, siempre es preciso atender al ritmo y a la entonación de las palabras para no incurrir en interpretaciones erróneas. Recuerdo cómo, hace años, algunas personas se sorprendían de uno de las cánticos que, en momentos de desacuerdo con las decisiones arbitrales, la afición entonaba en el mítico pabellón de Ciudad Jardín: “El-árbi-tro-e/se-villano”.



[1] Vid. Julio Valdeón, en J. Valdeón, J. Pérez, y S. Juliá, “Historia de España”, Ed. Planeta, 2021, pág. 149.

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