6 de febrero de 2022

La irresistible atracción de Leviatán: proclama contra el austericidio

 

Leviatán. Es como una palabra clave, como un código secreto o una contraseña que, inmediatamente, activa las alertas. Basta pronunciar la palabra o verla escrita para saber que nos podemos ver situados en el terreno del estudio del papel y la dimensión del Estado en la economía. Con independencia de si uno tiene tendencias intervencionistas o liberales, todo hacendista se ve accionado como un resorte, ante la expectativa de encontrar alguna cuestión para el análisis, la cuantificación, la reflexión o el debate. La economía del sector público forma parte del núcleo del conocimiento económico. No digamos, pues, lo que puede significar para un hacendista. Son tantos y tan grandes los alicientes ligados al estudio de la economía del sector público que todo aquel que se adentre en su territorio se verá inevitablemente atrapado de por vida, subyugado bajo una especie de hechizo o de adicción que no para de crecer a lo largo de tiempo.

Una palabra, de distintos significados y evocaciones, de referencias ancestrales, Leviatán, se ha convertido en un símbolo de los dominios del sector público. Por ello, al ver ese rótulo impreso, es muy difícil resistir la tentación de hacer siquiera una mínima indagación. Aunque sea en la portada de una novela, cuesta trabajo no escudriñar su interior en busca de algún rastro o de alguna conexión directa o indirecta con el moderno Leviatán.

Hacía tiempo que no leía ninguna obra de Paul Auster, a quien recordaba como un escritor esmerado, solvente y ocurrente. Al recorrer las primeras páginas de “Leviatán” (1992)[1], uno empieza a tener la sospecha de que el señuelo autoaplicado puede ser falso, pero, ya se sabe, toda novela esconde o pospone algunos secretos. O eso cree el lector, muchas veces erróneamente. Es rara, en todo caso, la obra de la que no se desprendan connotaciones económicas. En esta incluso uno de los personajes emplea argumentos de parentesco keynesiano sobre la dinámica económica: “… además quería aportar su granito de arena al capitalismo. Afeitándose tres o cuatro veces a la semana ayudaría a la compañía de hojas de afeitar, lo cual significaba que estaba contribuyendo al bien de la economía norteamericana, a la salud y la prosperidad de todos” (pág. 158).

A medida que avanzan las páginas, siguen sin aparecer referencias a los tentáculos del coloso económico estatal, pero uno toma conciencia de que va a ser complicado abandonar la lectura. Está ante una historia arrebatadora, magistralmente narrada por el escritor estadounidense. La perfección de su prosa arrastra al lector sesgado y le hace olvidar por un momento el motivo de su búsqueda. Tanto es así que llega a creer que la catalogación del personaje mencionado como un escritor al que “las palabras siempre parecían estar a su disposición” es, en realidad, una descripción de sí mismo.

Algunos críticos califican a Auster como el escritor del azar y la contingencia. La subyugante historia que cuenta en “Leviatán” da buena fe de ello. El cruce caprichoso de destinos, coincidencias fortuitas y conjunciones azarosas pueden llevar a situaciones complejas y completamente atípicas, tal vez inverosímiles, y provocar, a la postre, ondas expansivas incontroladas en la esfera individual y también en la colectiva. Sobre todo, si entra el juego un no desdeñable factor de perturbación psicológica de algunos de los protagonistas. La concatenación de acontecimientos es, en cualquier caso, ciertamente admirable, como lo es el dominio de la construcción literaria por el autor. La fuerza de atracción de Leviatán es inmensa e incontenible, pero, en el plano literario, también la del “Leviatán” de Auster.




[1] Versión española, Seix Barral, 2020.


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