Los nombres de
algunas compañías son curiosos; otros son premonitorios. A veces se conjugan ambas vertientes. Es lo que ocurre con Evergrande. El parque de
viviendas en China fue ampliándose, al tiempo que también lo hacía el balance
de Evergrande. Pero su balance no estaba demasiado “balanceado”. El gran
promotor inmobiliario chino ha basado su modelo empresarial en un endeudamiento
en continua expansión, que ha ido elevando la altura de sus imponentes torres
de deuda.
La historia
económica reciente muestra a las claras que las torres erigidas sobre activos
financieros o inmobiliarios son frágiles y, en cualquier momento, pueden
derrumbarse o perder buena parte de sus plantas superiores. En cambio, las
torres de deuda se muestran incólumes y se mantienen firmes. Desafiantes, continúan su ascenso hacia el cielo, aunque se hayan retirado ya los
andamios.
Durante más de
una década, las acciones de las compañías de promoción inmobiliaria chinas
habían sido una pesadilla para los vendedores en corto, se afirmaba en un
artículo del Financial Times de primeros de diciembre de 2020: nada parecía ser
capaz de frenar el “rally”[1]. Sin
embargo, ya se advertía de que, a raíz de la ralentización del mercado
inmobiliario, “China Evergrande, un titán fuertemente endeudado, ha[bía] bajado
más de un 40% respecto a un pico alcanzado en julio”, y se alertaba de las
dificultades para refinanciar su deuda.
Han tenido que
pasar algo más de nueve meses desde entonces para que el problema aflorara de
forma contundente. En agosto de 2020, el gobierno chino estableció “tres líneas
rojas” (también curioso nombre) sobre los balances de los promotores inmobiliarios (ratios de
pasivos/activos, deuda/capital y efectivo/deuda a corto plazo), difíciles de
respetar en el caso de Evergrande. El “promotor inmobiliario más endeudado del
mundo” acumula una deuda de $360.000 millones, aproximadamente un 2% del PIB de
China.
Los promotores
inmobiliarios de este tenor se basan en los préstamos de prestamistas especializados
y sociedades de inversión, que serán los primeros en sufrir el impacto de los
eventuales impagos, que puede transmitirse al sistema bancario.
Los análisis y
pronósticos acerca de las consecuencias de la crisis de “Ever(+)grande” se han
desatado, con escenarios para todos los gustos. Desde vaticinios apocalípticos,
que superarían los estragos de la caída de Lehman Brothers, hasta impactos
sumamente moderados, nos encontramos con un extenso cuadro de posibles
incidencias. Pero “la lluvia radioactiva no ha hecho más que comenzar”[2]. Habrá
que ver cuáles son su intensidad y su duración efectivas, y si las medidas de
protección son verdaderamente eficaces para evitar el contagio. Hay algunas experiencias
más o menos recientes, en ámbitos financieros y no financieros, que aconsejan
no ser demasiado incrédulos respecto a la llegada del lobo.