3 de marzo de 2019

La Teoría General de Keynes: algunas claves adicionales del éxito

“La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, obra cumbre de John M. Keynes, es sin duda alguna una de las obras más influyentes, si no la que más, en la historia del pensamiento económico. Tanto es así que basta con aludir a la “Teoría General” para saber que se trata de la obra del gran economista británico.

Teniendo en cuenta su enorme influencia, no solo en los círculos académicos, sino también entre los más variados sectores políticos y sociales, uno estaría tentado a considerar que su lectura debería ser cosa de coser y cantar para cualquier economista. Por ello, es casi inevitable sentir una mezcla de extrañas sensaciones cuando uno se adentra en sus páginas. El lector ha de ir muy bien pertrechado del más elevado arsenal analítico para interpretar el verdadero sentido de las proposiciones keynesianas. Estas van bastante más allá de limitarse a propugnar un incremento del gasto público para estimular la demanda agregada, idea que no es demasiado difícil de asimilar.

Después de haber vivido no pocas situaciones de desconcierto y frustración en los pantanos intelectuales tendidos por el insigne economista, al comienzo de mi deambular académico, mucho tiempo atrás, con posterioridad he ido conociendo algunos detalles que entonces ignoraba, y que, de alguna manera, venían a aliviar algo la desazón. Incluso muy recientemente, Vito Tanzi recordaba que, en su momento, algunos destacados economistas, entre los que figuraban Schumpeter y Hayek, cuestionaron la oscuridad (¡e incluso la falta de rigor!) de la Teoría General.

A este respecto, se dice que Galbraith, uno de los grandes valedores de Keynes, llegó a proclamar que “al igual que con la Biblia y con Marx … la oscuridad estimulaba el debate abstracto” (según reseña Tanzi, tomando una cita de Clarke). También Tanzi evoca la posición de Leontief, para quien la falta de claridad de la Teoría General explica en parte el éxito de dicho texto.

Para una sorpresa aún mayor, según recoge Wapshott, Samuelson, “que se convertiría en el mayor evangelizador de Keynes”, escribió que era “un libro mal escrito, mal organizado … es arrogante, irritante, polémico … confuso y enredado”.

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