29 de julio de 2018

La tiranía de la métrica


Al oír la palabra métrica no puedo evitar retrotraerme a una etapa muy lejana, cuando, en la adolescencia, descubría, lleno de admiración, las claves de la estructura y la medida de los versos, en las clases de doña Juana García Revillo en el Instituto de Martiricos. En ellas percibí la magia oculta de la poesía y también hube de afrontar difíciles pruebas de redacciones improvisadas. Los derroteros de la vida académica y profesional diluyeron pronto la inclinación por el estudio de ese arte y fueron dando paso a otras mediciones de connotaciones muy diferentes.

Hoy esa sonora palabra no evoca ya la poesía. Vivimos en una época de apogeo de la métrica, de un exacerbado protagonismo de mediciones de todo tipo (ventas, espectadores, cuotas de pantalla, seguidores en redes sociales, tiempos de espera para intervenciones quirúrgicas, estudiantes egresados…), en todos los ámbitos institucionales. Los indicadores cuantitativos se han convertido en la fórmula predominante para la evaluación del comportamiento de una organización o de una persona concreta.

De ese frenesí cuantitativo se ocupa una reciente obra del profesor estadounidense Jerry Z. Muller, que lo eleva a la categoría de “tiranía” (“The tyranny of metrics”, 2018). La tesis del libro puede resumirse de manera breve: i) lo que puede medirse no es siempre lo que merece la pena medir; ii) lo que acaba midiéndose puede no tener relación con lo que realmente queremos saber; iii) las mediciones pueden proporcionarnos un conocimiento aparentemente sólido, pero pueden estar distorsionadas y resultar engañosas.

Vivimos en la era de la rendición de cuentas (“accountability”), lo que debería significar ser responsables de nuestras acciones. Sin embargo, debido a una simplificación del lenguaje, ese concepto se ha impuesto en la práctica en el sentido de tratar de demostrar el éxito a través de una medición estandarizada, como si solo lo que pudiera medirse contara. El rasgo más característico de la obsesión por la métrica es la tendencia a reemplazar la evaluación basada en la experiencia por unos indicadores tipificados. Y los problemas se agravan cuando tales guarismos se convierten en los criterios para la recompensa y la penalización de comportamientos.

El referido autor destaca que la mayoría de las organizaciones tienen fines múltiples y no siempre es pertinente centrarse solo en algunos de ellos. Pone de relieve los problemas de distorsión de la información que pueden darse: se mide lo que es más fácil de medir; lo simple, cuando el resultado deseado es complejo; la utilización de recursos, en vez de los resultados obtenidos; asimismo, se degrada la calidad de la información a través de la estandarización. A partir del estudio de numerosos casos, en campos tan diversos como las universidades, las escuelas de educación secundaria, el ejército, la medicina, la policía, los negocios, las finanzas y la filantropía, ilustra cómo la utilización de indicadores como elemento central de la evaluación tiende a desencadenar estrategias perversas (“jugando con las estadísticas”): seleccionando los casos a tratar, disminuyendo los niveles de exigencia para mejorar las cifras, omitiendo o distorsionando los datos, o incluso llevando a cabo manipulaciones directas.

Seguramente quien tenga experiencia en cada uno de esos campos podrá encontrar ejemplos que puedan encajar en los distintos supuestos señalados. La ingente cantidad de tiempo derivada de los trámites burocráticos aparejados al proceso de “rendición de cuentas” es otro foco de atención: con todo el tiempo absorbido por el “reporting”, las reuniones y las coordinaciones, queda poco margen para hacer lo que realmente habría que hacer. En el caso de los profesores universitarios, Muller, partiendo de sus propias vivencias, señala que se ven forzados a dedicar cada vez más tiempo al papeleo en vez de a enseñar e investigar.

La idea que subyace al uso de indicadores para la medición de la actuación se remonta a mediados del siglo diecinueve y en su extensión influyó decisivamente la normalización de métodos impulsada por el taylorismo. Más recientemente, su utilización adquirió gran protagonismo en los planes lanzados por Margaret Thatcher y también por Bill Clinton. Muller, sin embargo, toma la crítica de la planificación económica formulada por Hayek como base para cuestionar la exaltación del uso de la métrica, que, en su opinión, replica muchas de las deficiencias de los esquemas de planificación en los países comunistas.

La tiranía de la métrica se ha impuesto hoy, superando las barreras ideológicas. “En un círculo vicioso, una falta de confianza social lleva a la apoteosis de la métrica, y la fe en la métrica contribuye a una decreciente apelación al juicio”, asevera Jerry Muller. Para este, contrariamente a las corrientes de opinión imperantes, la transparencia puede llegar a ser el enemigo de una buena actuación, y sostiene que, llevada a su extremo, en lugar de hacer del mundo un lugar mejor, conduce frecuentemente a la parálisis.

En suma, aunque estamos abocados a vivir en una era de medición omnipresente, nos vemos inmersos en una fase de medición deficiente, excesiva, engañosa y contraproducente. Parafraseando al filósofo Isaiah Berlin, Jerry Muller considera que el juicio es una especie de competencia para comprender las particularidades únicas de una situación, y ello conlleva un talento para la síntesis más que para el análisis. En su opinión, una orientación hacia el conjunto y un sentido para apreciar lo singular son precisamente los atributos que la métrica no puede ofrecer.

En los últimos tiempos, la función de la “calidad del dato” se está abriendo paso como uno de los ejes de una buena gobernanza de las organizaciones y un requisito básico para una adecuada toma de decisiones. El contenido del libro aquí comentado no viene sino a reafirmar la relevancia de garantizar la coherencia, la veracidad, la consistencia, la fiabilidad, la comparabilidad y la exactitud de los datos en su ciclo completo. La calidad integral del dato está llamada a desempeñar un papel imprescindible para que no se consolide la “tiranía de la métrica”. Las estadísticas son necesarias para aplicar un buen juicio, si bien nunca pueden llegar a sustituirlo de forma mecánica.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

Entradas más vistas del Blog