Hacía tiempo que
no salía a pasear por el barrio. Pero me dio la impresión de que estaba al acecho.
Ni siquiera había llegado al parque en miniatura que ahora se ofrece como
refugio momentáneo cuando, sin poder saber de dónde había surgido, reclamaba mi
atención mostrándome el ejemplar de un libro con la inequívoca apariencia de
las novelas que protagoniza Bird. Ya te lo advertía, el deterioro es
acusado y creciente. Esta vez, ni se te ocurra comprar esta enésima entrega, ni,
mucho menos, leerla. Leí lo que la última vez que hablamos escribías en tu blog
acerca del coste de oportunidad de la lectura de un libro, y, puedo asegurarte,
que, en este caso, sería bastante elevado[1].
Así de contundente
se expresaba Arsenio, que, a todas luces, había recuperado su entusiasmo y su
ímpetu aleccionador como versado lector de novelas policíacas. Dado que los prolegómenos
no parecían ser muy necesarios, a pesar del tiempo transcurrido desde nuestro
último encuentro, fuimos directos al grano. Le agradecí el consejo, aunque,
como otras veces, no había podido resistir la tentación de hacerme con el
último producto de la prolífica factoría de John Connolly, aunque sin haber
abierto aún sus páginas. Pese a todo, el autor de historias tan impactantes merecía
otra oportunidad.
Eso es lo que pensaba
hasta oír el juicio de Arsenio, auténtico devorador de thrillers. Hay
novelas que hacen realidad el tópico de que atrapan al lector desde la primera
página, me decía. Algunas de las escritas por Connolly entran dentro de esa categoría.
En contraposición, hay otros textos que, ya desde su arranque, invitan al lector a renunciar a su
empeño. A medida que avanzan las páginas, los méritos para esa inclinación no
dejan de acrecentarse. “En lo más profundo del Sur” es, según el ávido lector,
un ejemplo paradigmático al respecto.
No sé si será cierto.
Tan rotundo dictamen es, en sí mismo, un aliciente para iniciar una incursión exploratoria.
Y, de hecho, no sé cual es la verdadera intención de alguien tan dado a los
enigmas. De momento, tal vez es oportuno no aventurarse, y puede ser una buena
ocasión para retomar el curso de la fatigosa -en horas nocturnas- lectura de “El
Enigma de las Arenas”, de Robert Erskine Childers, tan altamente ponderada por
Arturo Pérez-Reverte, y que marca una cima en la descripción de la pericia en
el arte de la navegación.