29 de diciembre de 2018

Los grandes discursos: la clave está en los detalles ocultos

Algunos discursos pueden ser como una lluvia de verano, aquellos que llegan cuando nadie se lo espera, ni siquiera quienes los verbalizan. En el polo opuesto están los discursos solemnes, históricos, pronunciados por los grandes líderes nacionales o internacionales. Aquellos contienen palabras que quedan grabadas con letra de molde en registros preferentes. Leídos con perspectiva histórica, es casi inevitable caer en el fetichismo.

En tales casos, los discursos suelen ser una obra de orfebrería, y han de atravesar -se supone- un largo camino hasta su culminación y su puesta en escena final. Lo que percibimos en última instancia no es más el extremo de un iceberg. Los discursos memorables ayudan a forjar la imagen mítica de los líderes, a fortalecer su figura y a elevar su prestigio. La mayor o menor destreza que el personaje en cuestión pueda tener como orador o como lector representa indudablemente un importante componente del producto final cuando tiene lugar la alocución. Sin embargo, tienden a ignorarse los prolegómenos, todo el proceso de preparación y, lo que es más relevante, el origen de las pautas de los contenidos, la selección de los ejes de los mensajes, y la autoría del texto transmitido.

Normalmente, hay que esperar a la difusión de biografías autorizadas y documentadas para, en su caso, encontrar respuesta a algunos de los interrogantes apuntados. Según relata Sam Leith en un artículo publicado en el diario Financial Times (18-9-2018), en la biografía de la Reina Isabel de Inglaterra escrita por Robert Hardman se recoge un curioso detalle acerca de uno de los discursos solemnes más celebrados del reinado de aquélla. Se trata del discurso que la Reina (entonces Princesa) pronunció desde el continente africano, concretamente “desde Ciudad del Cabo”, “el día de su 21º cumpleaños” (21 de abril de 1947).

Al margen de la trascendencia de los mensajes transmitidos por la soberana británica, según se indica en el citado artículo, la alocución, contrariamente a las apariencias, no se retransmitió en directo ni desde Ciudad del Cabo.

Sam Leith, especialista en comunicación pública, considera que tales detalles no son suficientes para catalogar el suceso como un “gran fraude”, sino más bien como una “mentira inocente”: “… La autenticidad es siempre convincente. Pero permitir que el discurso fuese grabado como si fuera ‘en vivo’, y retransmitirlo un poco más tarde, fue una forma de permitir a una mujer joven no experimentada capturar la mejor versión de ella misma como oradora”.

Tras este veredicto, sentencia que “La verdad sobre hablar en público es que, en gran medida, es un truco de confianza. Nadie, o casi nadie, es de forma natural bueno en su primera ocasión”.

Estas aclaraciones, aun siendo interesantes, siguen dejando en terreno ignoto gran parte del iceberg. Posiblemente la mayoría de los que navegan por los surcos de la historia contemporánea no se verán afectados por los efectos del cambio climático.

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