¿Cuál es el precio adecuado
de un producto? Para muchas personas, esta puede ser una pregunta trivial, pero
su respuesta se demoró durante décadas a lo largo de la historia del
pensamiento económico. Realmente podríamos afirmar que el precio es en sí mismo
un concepto incompleto, toda vez que necesita estar asociado a una transacción
concreta y, a menos que venga impuesto por una disposición administrativa,
precisa para su determinación del juego de la oferta y la demanda. En un
mercado libre, el precio al que un productor está dispuesto a vender sucesivas
unidades de un bien depende de los costes de producción; a su vez, el precio
que un demandante aceptaría pagar por cada unidad de dicho bien dependerá del
beneficio o la utilidad que le reporte. Evidentemente, las condiciones de
oferta y demanda varían según la naturaleza y las características de los
bienes. En el caso de los medicamentos apropiados para combatir enfermedades
graves concurren una serie de singularidades.
Aun cuando cualquier persona
esté inclinada a rechazar que el precio pueda ser un obstáculo para que un
enfermo acceda a un tratamiento apropiado, los altos precios de los fármacos
más avanzados han sido considerados tradicionalmente como una especie de “mal
necesario”. Una sociedad que desee obtener nuevos remedios para combatir las
enfermedades debe permitir a los productores recuperar los costes de
investigación y desarrollo. Sin unas expectativas de retribución adecuada, se
argumenta, el capital se retraerá, con lo que, en la práctica, se contraerá la
inversión y, en última instancia, será menor la oferta de medicamentos de los
que depende la salud y el bienestar. Podría ser, valga la expresión fácil, peor
el remedio que la enfermedad.
Ahora bien, incluso quienes defienden
esa línea argumental cuestionan abiertamente, como hacía el diario Financial
Times, que los precios de las nuevas medicinas puedan situarse en cualquier
nivel, en particular cuando los oferentes aprovechan su posición de monopolio
para imponer cargas desmesuradas. Por otro lado, es lógico que, como en todo
proceso de producción, se tengan en cuenta las condiciones financieras y el
coste de los recursos de capital, pero eso es una cosa y otra distinta dar paso
a una “financiarización” desconectada de la economía real y de las necesidades
sociales. El concepto de “toxicidad financiera” se ha incorporado al cuadro
patológico. Como ha señalado Andrew Jack, el acceso a los nuevos tratamientos
tiende a mejorar la salud de algunos pacientes, pero los elevados costes están
causando dicha toxicidad, que tiene implicaciones directas y a largo plazo para
su renta y para su salud.
Ha llegado a afirmarse que
vivimos en el “mejor momento de la historia para contraer cáncer”, pero la
contrapartida es la ruina económica. Según dicen los expertos, hoy día se
dispone de tratamientos muy eficaces para combatir enfermedades letales, pero
los precios prohibitivos actúan como una barrera infranqueable para una gran
mayoría de personas afectadas. Un movimiento de rebelión contra las políticas
de precios, encabezado por colectivos de médicos, se ha desencadenado en
diversos países, particularmente en Estados Unidos.
Respecto a algunos fármacos
se ha quebrado el esquema de determinación de los precios que había funcionado
relativamente bien anteriormente. Los costes de investigación de las compañías
farmacéuticas se veían recompensados por la protección de las patentes, al
tiempo que se desataba una fuerte competencia que tendía a reducir los precios.
Este modelo no sirve para los fármacos de nueva generación, diseñados “a
medida”, que no se prestan a réplicas más baratas. Tanto es así que, como ha
expuesto John Gapper, los precios, una vez que un medicamento es autorizado, en
lugar de caer, suben. En 2016, la autoridad británica de competencia y mercados
denunció a una compañía farmacéutica por haber subido súbitamente el precio de
unas píldoras de 2,83 a 67,50 libras, esto es, casi un 2.300%. Recientemente,
un tribunal de apelaciones ha dictaminado a favor de la firma sancionada por
considerar que el organismo público no aplicó correctamente el test para
determinar que el precio era injusto.
Hace algún tiempo, algunas multinacionales farmacéuticas cifraban en unos 2.600 millones de dólares el coste de desarrollar un nuevo medicamento. Se trata, ciertamente, de una cantidad abrumadora, que ha sido cuestionada por The Economist, que apunta que los modelos más recientes (basados en la compra de empresas y en la externalización de las primeras fases de la investigación farmacológica) permiten sustanciales ganancias de eficiencia, también favorecidas por los estudios del genoma humano. Por su parte, la organización Médicos sin Frontera da una cifra mucho más reducida, entre 50 y 190 millones de dólares.
The Economist señalaba que para asegurar que los beneficios de la mayor eficiencia de la investigación se trasladen plenamente a los sistemas nacionales de salud y a las aseguradoras se requerirían grandes cambios, como la supresión del sistema de patentes y la búsqueda de otras vías para promover la investigación básica.
A partir del “open-source pharmaceuticals movement” se está experimentando con el otorgamiento de premios como estímulo para trabajar en nuevos enfoques de tratamientos; una vez concluidas las fases de investigación y de prueba, los resultados serían libres. También se ha planteado conceder incentivos a las empresas que sean capaces de situar nuevos productos en el punto de viabilidad. Otra línea es la de importar réplicas baratas de remedios no patentados producidos en otros países.
Pero lo anterior no impide que los oferentes muestren también sus quejas, como cuando señalan que los gestores de las prestaciones farmacéuticas logran grandes descuentos que retienen para sí sin trasladarlos a los pacientes. La insatisfacción con los precios de los medicamentos no tiene fronteras. Ya Hillary Clinton había abogado por acabar con ese terrible “sacadero de ojos”, y Donald Trump se ha significado como uno de los adalidades del movimiento, tras acusar a las corporaciones farmacéuticas de “realizar crímenes impunemente”, y a los países extranjeros, de aprovecharse de la investigación estadounidense. Para manejarse en materia de precios de fármacos hacen falta, entre otros, ingredientes de economía, finanzas, psicología, sociología y política.
Hace algún tiempo, algunas multinacionales farmacéuticas cifraban en unos 2.600 millones de dólares el coste de desarrollar un nuevo medicamento. Se trata, ciertamente, de una cantidad abrumadora, que ha sido cuestionada por The Economist, que apunta que los modelos más recientes (basados en la compra de empresas y en la externalización de las primeras fases de la investigación farmacológica) permiten sustanciales ganancias de eficiencia, también favorecidas por los estudios del genoma humano. Por su parte, la organización Médicos sin Frontera da una cifra mucho más reducida, entre 50 y 190 millones de dólares.
The Economist señalaba que para asegurar que los beneficios de la mayor eficiencia de la investigación se trasladen plenamente a los sistemas nacionales de salud y a las aseguradoras se requerirían grandes cambios, como la supresión del sistema de patentes y la búsqueda de otras vías para promover la investigación básica.
A partir del “open-source pharmaceuticals movement” se está experimentando con el otorgamiento de premios como estímulo para trabajar en nuevos enfoques de tratamientos; una vez concluidas las fases de investigación y de prueba, los resultados serían libres. También se ha planteado conceder incentivos a las empresas que sean capaces de situar nuevos productos en el punto de viabilidad. Otra línea es la de importar réplicas baratas de remedios no patentados producidos en otros países.
Pero lo anterior no impide que los oferentes muestren también sus quejas, como cuando señalan que los gestores de las prestaciones farmacéuticas logran grandes descuentos que retienen para sí sin trasladarlos a los pacientes. La insatisfacción con los precios de los medicamentos no tiene fronteras. Ya Hillary Clinton había abogado por acabar con ese terrible “sacadero de ojos”, y Donald Trump se ha significado como uno de los adalidades del movimiento, tras acusar a las corporaciones farmacéuticas de “realizar crímenes impunemente”, y a los países extranjeros, de aprovecharse de la investigación estadounidense. Para manejarse en materia de precios de fármacos hacen falta, entre otros, ingredientes de economía, finanzas, psicología, sociología y política.
(Artículo publicado en el diario "Sur")