18 de enero de 2018

El Latín en la era digital: la vitalidad de una lengua muerta

El diario Financial Times comenzó el nuevo año con la publicación de un artículo sorprendente por varios motivos: en primer lugar, por ocuparse de una lengua muerta; en segundo término, por su encendida defensa, expuesta con claridad meridiana en el título: “El Latín es un idioma esencial para nuestra era digital”; y, en tercer lugar, por el perfil del autor, Benjamin Auslin, estudiante de bachillerato en un instituto de Maryland (Estados Unidos). Rasgo este último verdaderamente llamativo, aunque quizás lo es menos una vez que, según se informa al final del texto, conocemos que ha alcanzado dos veces la máxima puntuación en el Examen Nacional de Latín.

Nos encontramos pues ante un gran virtuoso, un Messi del Latín, que, según reconoce, accedió por error al estudio de esa lengua clásica. Su reivindicación de esta llega también a las más altas cotas. Benjamin nos recuerda que, durante siglos, el Latín estuvo en el núcleo de la educación occidental porque entrenaba a los hablantes en valorar críticamente la información, articular las ideas y expresarlas elocuentemente. Al tratarse de una lengua basada en declinaciones, la lectura del Latín implica inspeccionar la finalización de cada palabra para determinar su función sintáctica, arguye el autor del artículo citado.

Este se lamenta de que los miembros de su generación hablen un dialecto del Inglés asociado a Internet, lo que, según él, está llevando a perder la capacidad de comprender cómo funciona el lenguaje: “El Inglés, mayormente debido a la política y los medios sociales, está siendo degradado tuit a tuit… Está llegando a ser tan malo que incluso podríamos plantearnos por qué tenemos un idioma”. En verdad, al leer este lamento uno no puede evitar evocar las afligidas recriminaciones del profesor Higgins, en la inolvidable escena de “My fair lady”: “Why can’t the English learn to speak?”.

Después de su declaración de principios, el virtuoso latinista alude a las virtudes retóricas exhibidas por destacados personajes de la Roma clásica. Frente a esa riqueza expresiva y argumental, como señalan tantos analistas, el autor del artículo llama la atención en el sentido de que el lenguaje actual ha quedado subsumido en una revolución (¿o tal vez involución?) de lo que gusta y lo que no, circunscrito a opciones binarias en vez de servir para articular respuestas.

Consciente de que no todo el mundo tiene la posibilidad efectiva de adquirir un dominio del Latín, Benjamin Auslin considera que la lectura de las alocuciones de las figuras romanas, incluso traducidas, aporta grandes beneficios.

Tras reflexionar en torno a los atributos del Latín, resulta difícil no concluir que adquirir competencias en dicha lengua proporcionaría muchas ventajas para afrontar los retos relativos a la evaluación de la información, la formación de un pensamiento crítico, la articulación y la expresión de ideas y opiniones. Personalmente, estaría tentado a afirmar que el conocimiento profundo del Latín puede ser una condición suficiente para tales fines. Ahora bien, también señalaría que no constituye una condición necesaria. Lo realmente importante es poder ejercitar un pensamiento crítico. Las lenguas vivas ofrecen suficientes mimbres, desde luego el Español, para poder llevarlo a cabo.

Salvando las distancias de la erudición exhibida por el autor del artículo aquí comentado, hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que, como estudiante del bachillerato elemental, fui un apasionado del Latín. La experiencia duró solo dos cursos, pero fue altamente instructiva y entretenida. Lamentablemente, el incipiente dominio de las declinaciones declinó a ritmo acelerado, “magnis itineribus”.

Paradójicamente, fue mi profesor de Latín en el Instituto de Martiricos, en cierta medida, el causante de que no prosiguiera su estudio. Don Francisco Báguena fue un profesor excelso, un profesor del que, como he dejado escrito en otro lugar, me hubiese gustado ser alumno durante toda la vida. A él y al resto de integrantes del claustro de dicho centro dediqué una obra recopilatoria de artículos de opinión (auto)editada hace algunos años, con un título bastante significativo en el contexto aquí considerado, “Hipérbaton”. Aquel insigne docente, al término del bachillerato elemental, me recomendó que me inclinase por el bachillerato superior en la rama de ciencias, ya que, “sotto voce”, me confesó que, en su opinión, tendría más aplicaciones. Cómo me gustaría poder reencontrarme con él y poder transmitirle todo el afecto atesorado durante tantos años y también, por qué no, comentar con él el verdadero sentido de la aplicabilidad de las distintas disciplinas. Qué diferentes pueden verse las cosas, ¡45 años después!

Instintivamente he buscado en mi iPod la banda sonora de “Somewhere in time”...

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