24 de septiembre de 2017

Las claves de la prosperidad según E. S. Phelps

Las obras literarias del siglo XIX son una fuente primordial para el conocimiento de la realidad socioeconómica en ese período, que estuvo sujeto a grandes cambios. De hecho, los tratados económicos más influyentes en la actualidad apelan a las descripciones contenidas en algunas de las novelas más significativas, muy proclives a dejar constancia de datos ilustrativos. Dichas obras también han contribuido a forjar nuestra percepción acerca de las condiciones de vida en la fase de despegue del capitalismo industrial. Las creaciones de Charles Dickens han jugado un papel especialmente destacado en ese sentido.

En mi caso, en particular Oliver Twist es un libro icónico que moldeó mi visión del mundo y estimuló los sentimientos de aversión hacia la iniquidad. Al cabo de los años, parte de ese esquema mental forjado en la infancia, si no derrumbado, sí se ha visto desafiado por las reconstrucciones estadísticas y las nuevas interpretaciones sobre la evolución de las condiciones sociales en aquella época. 

Así ocurre al leer la obra “Una prosperidad inaudita” de Edmund S. Phelps, quien cuestiona la extendida creencia de que el siglo XIX fue una especie de economía infernal, al tiempo que rebate la idea de que hubiese un aumento de la desigualdad, apuntando como fuente de error  la confusión de los datos manejados por Marx. Según el Premio Nobel de Economía de 2006, la economía moderna trajo consigo un rápido crecimiento y, gracias a su incesante creación de nuevos conocimientos económicos, cambió radicalmente las condiciones materiales de vida. 

Se trata de una obra a contracorriente: no solo no ataca al capitalismo, sino que defiende su papel, teniendo buen cuidado en identificar lo que es verdaderamente ese sistema. Aunque habitualmente se habla de capitalismo, en la realidad nos encontramos, según Phelps, con un sistema regido por el poder político, de carácter corporativista.

La pretensión de este autor es ofrecer una nueva perspectiva acerca de la verdadera naturaleza de la prosperidad de las naciones. Acota el período histórico de la prosperidad en el intervalo que va desde 1820 hasta 1960.  El progreso no surge de manera espontánea, sino que necesita un caldo de cultivo integrado por instituciones, actitudes y creencias, que son la fuente del dinamismo de las economías modernas.

Para Phelps, la seña de identidad básica del verdadero capitalismo es que los capitalistas son independientes, no actúan coordinados y compiten entre sí. A este sistema se contrapone el corporativismo, en el que el sector empresarial está sometido a cierto tipo de control político. El elemento distintivo de la economía moderna radica en su carácter de imaginarium, que no resulta posible “en aquellas economías en las que las personas no están motivadas ni animadas para innovar. El combustible que alimenta el funcionamiento de este sistema es una mezcla de motivaciones pecuniarias y no pecuniarias. Una economía moderna da rienda suelta a la creatividad y a la imaginación, pero también consigue ponerlas al servicio del saber experto de los emprendedores, del criterio de los financieros y de la iniciativa de los usuarios públicos”.

Respecto al socialismo, resalta el deterioro de la eficiencia económica, puesto de manifiesto por la escuela austríaca, así como la realidad de los experimentos socialistas, de los que reseña la imposición de unas rígidas igualdades. A fin de analizar la denominada tercera vía, entre el capitalismo y el socialismo, Phelps parte de contraponer la situación de las sociedades de la Europa medieval, en la que las clases estaban insertas en un sistema de protección mutua, con el capitalismo moderno, que no ofrecía un pacto social similar. 

Esta protección social se incorpora en la segunda década del siglo XX en la doctrina del corporativismo, caracterizado por mantener el sector privado bajo el control público. En este contexto, la lectura del Manifiesto Fascista de 1919, con sus referencias a la tributación del capital, la participación de los trabajadores en las empresas o la legislación sobre el salario mínimo, podría dar pie hoy día a no pocas confusiones ideológicas. La gran pregunta que nos plantea Phelps es si el régimen corporativista, que ha ido adaptándose a lo largo del tiempo, ha afectado al dinamismo de la economía. Su respuesta es que ha representado un freno para la innovación y un lastre para la productividad y el empleo.

Frente a una serie de relatos utilizados para explicar el declive tras los años sesenta, Phelps apela a un relato alternativo, centrado en las deficiencias en el sistema operativo institucional-cultural, tales como la contraposición de los intereses de los gestores y los accionistas, la superación del afán de innovación por el de riqueza, el auge de la cultura de “creerse con derecho”, la disminución del tiempo dedicado a pensar en el entorno de las redes sociales o los inconvenientes del teletrabajo al frenar la interacción. Reclama la atención acerca de una cuestión bastante llamativa: los ingresos que los estadounidenses perciben hoy día provenientes de la denominada “riqueza social” son comparables con la renta que obtienen de su riqueza privada, de manera que “el sistema de bienestar social en Estados Unidos es en realidad un coloso de consideración”. 

Phelps efectúa una defensa de la economía capitalista moderna para maximizar la posición de las personas peor situadas y señala lo siguiente: “quienes critican el capitalismo moderno tienden a argumentar que las economías capitalistas modernas son injustas en comparación con algún otro sistema económico que ellos imaginan, pero que no se ha construido todavía”. Puede ser cierto que otros sistemas, como el socialismo utópico, no se han construido, pero sí existe una aleccionadora experiencia con el socialismo real.

En fin, según el economista norteamericano, “la actual crisis de Occidente puede atribuirse perfectamente a la insuficiente conciencia entre sus líderes de la importancia del dinamismo. Debemos reintroducir las ideas principales del pensamiento moderno, como el individualismo y el vitalismo, en los niveles de la educación secundaria y superior tanto para realimentar el dinamismo de base en la economía como para preservar lo moderno en sí”. 

(Artículo publicado en el diario "Sur" con fecha 23 de septiembre de 2017)

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